Tanto hablar ya en septiembre de que Osasuna va achicando sus expectativas que el mensaje parece que acaba calando en la plantilla. No son muy positivas esas valoraciones lanzadas desde la dirección deportiva sobre los límites y expectativas del equipo: son realistas, pero eso de repetir de forma machacona “que puede venir el lobo” (el del descenso) provoca incertidumbre y algún escalofrío. Recordar dónde estamos y de dónde venimos suele ser un ejercicio saludable, pero si a esto le sumamos las interpretaciones añadidas a lo que supone ser el cuarto equipo con el límite salarial más bajo, el hincha acaba creyendo que somos menos de lo que somos, que el equipo lleva años viviendo de un churro de resultados. Y aunque no es así, esas pozaladas de agua fría que acompañan algunas noticias poco halagüeñas, empapan al entorno y acaba replanteando sus argumentos tras partidos como el de ayer, en el que Osasuna pierde toda su consistencia y sucumbe con tres balones colgados al área, como si fuera un recién ascendido o no tuviera monitorizadas las jugadas a balón parado del Getafe. Un equipo con cuatro temporadas consecutivos en Primera no puede ser tan pardillo, aunque esa veteranía lleve el descuento de estar acompañada por futbolistas noveles en la categoría como Herrando, Iker Muñoz (superado en el primer gol) y Raúl García de Haro (sorprendido en el tercero). Quizá este sea el peaje que debe pagar Osasuna por tener una plantilla limitada a su poder adquisitivo, y en la que, como en la economía familiar, hay que hacer encaje de bolillos, además de tener presente la importancia de la formación de cara a un futuro deportivo y económico. En este caso, enfrentarse al Getafe siempre es un máster para los chavales; un rival que aprieta, que choca, que finge, que embarra, que exige, que reta… Un contrincante que gana con las armas que deben caracterizar a Osasuna: los balones colgados al área, las disputas por alto. Así llegó el gol de Iker Muñoz. Pero ya digo que el Osasuna de ayer hizo demasiados regalos, fue débil en el cuerpo a cuerpo y frágil en la estrategia. En una lucha desigual en la que Djené, Damián Suárez y Mata imponen su ley y sus codos, el arbitraje también fue tibio, justificando faltas malintencionadas con un ‘aquí no ha pasado nada’ o cerrando los ojos ante la segunda tarjeta amarilla a Latasa por un golpe flagrante a Herrando. Pero no se puede cargar la derrota en el debe del árbitro porque, entre otras cosas, estaríamos volviendo a los tiempos de los lamentos, de los errores teledirigidos, del comportamiento de equipo pequeño que se siente siempre perseguido y siempre víctima. Y esto tampoco es así.

En los últimos años Osasuna no ha tenido uno de los diez límites salariales más altos de Primera división, pero ahí ha estado en la clasificación final porque nunca se ha dejado atrapar por un complejo de inferioridad. Si ahora miramos más a las cuentas que al balón, si trazamos la línea en la casilla de los euros, estamos equivocando el tiro. El osasunismo no vive de fantasías y sabe lo que pueden dar sus jugadores, y desde luego es bastante más de lo realizado ayer en Getafe. Porque los límites los ponen ellos.