Lo reconocía Jorge Javier Vázquez ya el segundo día, él tampoco tiene ni idea de que va su nuevo programa, Cuentos chinos. Y no es para menos, la copia china de El hormiguero con una especie de Don Pimpón sin un Espinete que le apañe la falta de gracia es un despropósito muy, muy grande donde lo mejor, casi lo único, es un Jorge Javier Vázquez que sigue haciendo gala de su ironía mientras los responsables del programa dan volantazos al formato y las secciones de los colaboradores sin que parezca que tengan muy claro qué quieren ofrecer más allá de una entrevista a un invitado que está de promoción y unos vídeos pillados de Youtube para llenar tiempo. Una pena.

El programa presume de tener un magnífico decorado de mil metros cuadrados del que apenas usan un rinconcito donde está la mesa del presentador, porque el escenario central se queda vacío casi todo el programa. Si acaso, si el invitado es cantante y quiere marcarse un playback haciendo todos un trenecito que nos recuerde a esa Tele 5 de hace 33 años que los nuevos mandamases quieren recuperar, o tan solo la sociedad de aquel entonces, no está muy claro aún.

Vázquez, acostumbrado a formatos larguísimos, se pasa el programa estresado midiendo tiempos, cortando a invitados y colaboradores y, lo peor, cortándose a sí mismo. Hasta ahora, solo Susi Caramelo es capaz de seguirle el ritmo.

La doña Pimpona, ese muñeco de felpa, o mejor dicho la actriz que está dentro, sigue cometiendo el mismo error que cuando interpretó a la niña robótica Mapi en TVE: no consigue definir el personaje y unas veces rezuma inocencia infantil y al rato se pone a hacer chistes verdes de abuelo que hacen temer que se abra la felpa como si fuera una gabardina gris en un parque repleto de críos y madres. Tampoco su papel en el programa está nada claro más allá de estorbar. Dicen que es una gata leona de Usera, que sale a escena sin tener nada que hacer ni que decir, como si alguien le dijera sal ahí fuera e improvísate algo. Y ahí está el gran fallo, han buscado una réplica gigante de Trancas y Barrancas sin pensar siquiera para qué la quieren. ¿Para incordiar al invitado, para hacer encuestas callejeras, para presentar algún concurso con premio que fidelice a la huidiza audiencia? Que alguien lo piense y lo ponga en práctica o será en poco tiempo otra mascota prejubilada.

Mientras el programa siga dando tumbos, intercambiando secciones insustanciales entre colaboradores y con invitados que no aportan, Cuentos chinos no tiene ningún atractivo ni ningún futuro que no pase por caer K.O. en la lona de las audiencias. A Jorge Javier hay que dejarle ser Jorge Javier: el monstruo ácido de la tele, rojo y justiciero, que no necesita estar leyendo todo el rato un guion gris. Todo lo demás, efectivamente, son Cuentos chinos.