Hay un momento mágico en la película Las chicas están bien, de la navarra Itsaso Arana, una de esas escenas que se quedan grabadas en la memoria como algo llamado a perdurar. Es un monólogo a modo de conversación de una de las actrices, Itziar Manero, con su madre fallecida; palabras sanadoras, de esas que nos desnudan emocionalmente y nos reconfortan con esos lugares poco transitados de los recuerdos dolorosos. Pero es una escena todavía más especial porque está rodada en euskera, la lengua materna de la actriz, la que siempre utilizaba cuando hablaba con su madre. Inicialmente se había rodado en castellano, pero al verla le faltaba algo, y ese algo era el euskera. Por eso la directora decidió cambiarla, porque la escena exigía una intimidad y una sonoridad que solo el euskera era capaz de transmitir. El espectador no necesita entender, aunque se subtitula, para captar lo que transmite. El uso de la lengua en este filme es uno de los mejores ejemplos de lo que las lenguas son, puentes que nos unen, una riqueza que siempre suma y que en la medida en que usamos una u otra nos ayudan a transitar con mas certeza por las palabras precisas para comunicarnos. El cine, la música, la literatura, la cultura en general van por delante y han hecho y hacen mucho por esa normalización lingüística que todavía se resiste en algunos ámbitos políticos y sociales, en Navarra y en el Estado, como se ha visto esta pasada semana en el Congreso tras la entrada en vigor de la aprobación del uso de las lenguas cooficiales. La sonoridad del Congreso ha cambiado, para mejor, pero a algunos políticos no les gusta lo que oyen y prefieren mantener el ruido. Son aquellos que no quieren ni saben escuchar, los que son incapaces de entender algunas cosas aunque se les traduzcan.