A Montxo Rejano el infierno le ofreció un palco a perpetuidad. Durante años su vida fue como una noche vacía sin estrellas. Y solo buscaba una salida de emergencia. Y es que Montxo había encallado en ese lugar donde el presente acababa de marcharse.

Digamos que, a esa edad en que uno empieza a estabilizarse y esperar el largo acontecer de la vida, Montxo implosionó hacia dentro incapaz de dirigir su propia tripulación. Y su vida se rompió como una cáscara de huevo. Durante años durmió en la calle, hubo noches eternas y negras sostenidas con alcohol y Loracepam y días sin más fin que probar el filo de una navaja sobre sus manos para prolongar el trazo de sus líneas de fortuna. Y hambre, también hambre en la más extensa soledad.

Alguien pensará que Montxo llegó hasta ahí por no saber gestionar su vida, o por no aprovechar oportunidades, o por dejarse caer. Pues no. Montxo ha sido el excedente perfecto de un sistema de económico y social que deja fuera de juego a los más vulnerables. Y que necesita a muchos “Montxos” para sostenerse.

El martes pasado, en Civican, Montxo presentó su libro, “El que no ve”. En él, Montxo habla como suenan los relámpagos sin aviso. Porque escribe desde la tormenta más obscena. Pero este hecho y su recuperación no lo convierten en un héroe privado, ni tan siquiera en un cronista de la pobreza que ha abandonado. No. Porque Montxo sabe que no se puede romantizar la pobreza, porque hacerlo, es justificarla, banalizarla.

Con este texto, Montxo ha querido politizar su drama, que es el de miles de personas. A esa tarea se ha unido Natxo Leuza, director de cine navarro, con el documental “ El que no ve” y la gente de la productora 601 y Fermín Urdanoz, que ha puesto sus pinceles a navegar entre los restos recuperados de ese naufragio.

Montxo está contento. Sabe que se ha abierto una puerta por la que se cuela un resplandor.