Tengo grabadas en la memoria algunas de las tensas imágenes que dejó la huelga de trabajadores de Motor Ibérica en la primavera 1973 y que fue secundada por el resto de las empresas más importantes de Navarra en un movimiento sindical sin precedentes en la dictadura franquista. Una de las escenas que me impactó se desató ante la presencia de un coche que al parecer conducía un cargo de responsabilidad de la fábrica. La masa se abalanzó contra el vehículo, arrastró a un hombre del interior y este, presa del pánico, comenzó a gritar como si sacara un salvoconducto por la garganta: “¡Tengo hijos, tengo hijos..!”. Tras unos segundos de tensión le dejaron marchar. No creo que cuando salió disparado pensara que aquellos trabajadores también tenían hijos e hijas y que sus padres además del riesgo de perder su puesto de trabajo se jugaban el pellejo ante las cargas y disparos de la Guardia Civil. Ayer, las futbolistas Irene Paredes y Alexia Putellas declararon que Luis Rubiales presionó casi llorando a Jenni Hermoso para que moderara su versión sobre el famoso beso implorando que lo hiciera “por sus hijas”. Las mismas hijas en las que él no pensó cuando en el palco se echó la mano a los genitales de forma ostensible y a la vista de todo el mundo. El comodín de apelar a los hijos para eludir responsabilidades no deja de ser una cobardía. De intentar huir como sea.
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