Mientras las fechas para la sesión de investidura de Sánchez siguen en el aire a la espera de que Junts deje de marear la perdiz de sus contradicciones internas, la deriva de las posiciones de las derechas españolas en el discurso político avanza en un esperpéntico camino en el que cada nuevo acto es una escena tragicómica peor que la anterior. Unos cientos de personas se reúnen frente a la sede del PSOE en Madrid y vocean gritos contra Sánchez (a prisión) y Felipe de Borbón (masón) como principales destinatarios de su indigencia intelectual y vivas a Franco, de cuyo cadáver hace mucho años ya que se retiraron hasta las malvas. Todo muy español, eso sí. Y en el fondo de todo ese guirigay, el objetivo real: la Constitución destruye la nación, pregonan. Con esos mimbres –tres palmos por debajo del tucán de media–, tontea la derecha española de la mano de la ultraderecha. No vale engañarse, esa concentración es fruto de las llamadas insistentes a la algarada callejera del PP y Vox y de tipos como Aznar y otros viejos dinosaurios que deambulan a la caza de cualquier espacio mediático a tiro. El paso de Corcuera por Navarra para ofrecer unan charla en Tudela –o lo que pretendiera ser aquello–, fue otro ejemplo más del acoso incansable en que la derecha y todo tipo de bienpagados tertulianos abrevados en el siempre fácil fondo de reptiles mediático de Madrid se han empeñado contra los valores fundamentales de cualquier entorno democrático. El ruido es tan ensordecedor que se hace insoportable, pero al mismo tiempo es cada vez más estúpido para buena parte de la sociedad. No obstante, la estrategia constante para deslegitimar cualquier mayoría democrática que no pase por las manos del PP tiene muchos tentáculos en las estructuras del Estado –judiciales, mediáticas, policiales, militares, religiosas–, y ya se ha activado de nuevo la vía de la persecución judicial al catalanismo político, social y cultural para intentar como sea parar la investidura de Sánchez y bloquear cualquier solución democrática al conflicto en Catalunya. A la desesperada y, quizá me equivoque, pero creo que también tarde. Junts está estirando la presión sobre el PSOE, pero a estas alturas tiene difícil descoser lo ya tejido. El acuerdo es la única vía de Puigdemont para regresar a Catalunya y a su casa y la alternativa es la continuidad eterna en un exilio bajo la amenaza de una posible extradición y encarcelamiento. No parece que eso pueda ser rentable para Puigdemont, para Junts como proyecto político y para los cientos de ciudadanos que se benefician de la posible Ley de Amnistía. Sin olvidar los acuerdos alcanzados con ERC para la condonación de 15.000 millones de la deuda de Catalunya o el traspaso de las competencias de cercanías ferroviarias. Echar abajo todo esos compromisos llevaría a Junts a una situación social y electoral en Catalunya irreversible hacia el fracaso y la derrota. Sánchez cuenta ya con los votos del PSOE, Sumar, EH Bildu y BNG, casi cerrado también el apoyo del PNV y posiblemente de Coalición Canaria y UPN en fuera de juego, el acuerdo con Junts es inevitable. Habrá investidura y Sánchez repetirá como presidente del Gobierno en una segunda Legislatura que, pese a todas las dificultades iniciales, puede ser más larga y estable de lo que aparenta hoy. El problema entonces será para PP y Vox.