Es humano querer entender lo que nos rodea. Es normal querer saber cómo funciona la mente de una persona para comprender, en parte al menos, qué es lo que le puede llevar a cometer un acto tan terrible como el que hemos presenciado en Urbasa. No sé hasta dónde debería llegar la Ley de Protección de Datos o cuál es el punto en el que la curiosidad se convierte en morbo, pero el hecho es que estos días se ha publicado un montón de información sobre ese padre que se ha suicidado llevándose con él a su hijo de 7 años y hemos leído con avidez hasta la última línea.

Yo reconozco que lo primero que hice fue poner el nombre del supuesto asesino en internet y entrar en su cuenta de Facebook. Ahí está todo lo que fue subiendo y compartiendo desde hace nueve años. Allí están las fotos del pequeño Mateo desde que nació, vestido de casero, feliz en San Fermín y en los Herri Kirolak de Iguzkiza este verano, subiendo a San Donato… y fotos de Txetxo, el padre, y de la madre del Mateo, cuando todavía estaban juntos… y de las reformas que hacía en viviendas como albañil… y montones de mensajes de solidaridad con niños sirios, refugiados, jubilados… mensajes antirracistas, ecologistas… y cuanto más miro menos entiendo cómo un tío así, aparentemente majo y que adoraba a su hijo, puede llegar a cometer semejante barbaridad para castigar a su excompañera.