Sobres sorpresa a precios antediluvianos, 5 pesetas

(Lees peseta y estás viendo a un dinosaurio arrancar con los dientes los brotes de un arbusto mientras escuchas el silbido del meteorito aproximándose a la Tierra). Dentro del sobre, un chicle, un sobre de Peta Zetas, tres osos de gominola.

Trasteros sellados de contenido desconocido

En Estados Unidos el culto a esos espacios cerrados y el poder de seducción que ejercen son tales que centenares de personas, no cinco frikis maravillosos, pujan y pagan por hacerse con ellos sin intuir siquiera qué esconden. (Y sin tener en mente alguna secuencia de El silencio de los corderos). Piezas de vehículos en desuso, tarros con sustancias solidificadas e indescifrables, otros de crema de cacahuete, las obras completas de Philip Roth, un baúl cerrado sin llave, un zorro disecado.

Tinder

Te llevas o se te llevan a la cama de una habitación random sabiendo sobre la otra persona poco más que si es de cerveza o de vino, de macrofestivales o de jazz en club íntimo, de txuleta o de cuscús. Un ingeniero de sistemas insomne, una ilustradora de tazas de té con melena silvestre y amor a los maestros japoneses, un empotrador que no trabaja en el sector del mueble.

Cajas de cartón cerradas

Por un euro, dos, diez, quince, en una nave del polígono industrial de Mutilva (Pamplona) una pareja con fino olfato para el negocio las pone a tu alcance. Son paquetes de diversos vendedores y distribuidores, incluidos Amazon y Aliexpress, que por variopintos motivos no han llegado a su destinatario. Un pack de siete calzoncillos talla XS, un smartphone, un lote de tres quitapelusas, un dron. Están a punto de morir de éxito.

La atracción que despierta y lo inevitable que genera el factor sorpresa no conoce límites

Lo supieron sintetizar en una imagen muy acertada los guionistas de Forrest Gump. “La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”. Vamos, levanta la tapa.