Entre los misterios políticos más inescrutables para este humilde tecleador, Javier Esparza se encuentra en la cabeza de la tabla. Jamás he entendido cómo un tipo que solo tiene acreditadas medianías en bucle pudo ser elevado a la máxima responsabilidad del que, nos pongamos como nos pongamos, es el partido más votado de la demarcación foral.

Actuación a actuación convierte en gigantes -al margen de las ideologías, por supuesto- a Miguel Sanz, Yolanda Barcina y no digamos Juan Cruz Alli. Por más esfuerzos que hagan los partidos de la acera de enfrente, jamás llegarán a hacer a UPN el daño que le inflige día a día su presidente.

Lo último, que probablemente sea solo penúltimo a estas horas, ha sido el espectáculo arrabalero que protagonizó ayer en el Parlamento de Nafarroa. “¡Escoria!”, se engolfó en insultar al PSN, cual si la sede de la soberanía popular de la Comunidad fuera una corrala de mala vecindad.

Si piensa que así va a recuperar las cada vez más parcelas de poder perdidas, empezando por el ayuntamiento de la capital, va dado. Pero de lo suyo gasta. Ojalá siga así.

Ese encuentro fantasma del que usted me habla

Como nos sobraban humoradas de dudoso gusto, en la mañana de ayer nos sirvieron una nueva, más estomagante que graciosa, por lo demás.

A eso de las nueve, las alertas informativas empezaron a martillear con escándalo. El secretario general de Junts, Jordi Turull, le acababa de contar a mi querida y admirada Gemma Nierga que Carles Puigdemont y Pedro Sánchez se iban a ver próximamente las caras, sin verificador por medio, en algún lugar fuera del Estado.

Ni dos horas después, el presidente español se llamó andanas. Y de una manera muy poco considerada respecto a quienes atesoran los votos para mantenerlo en La Moncloa o despacharlo a la condición de jarrón chino.

“En mi agenda solo veo una reunión con Pere Aragonès para visitar un supercomputador”, se guaseó Sánchez cuando le preguntaron al respecto. Por qué cabrear solo a uno de tus sostenes si puedes hacerlo a dos. Es un caso.