Mañana es 2024. Si me hubiesen dicho en 1984 que me imaginase en 2024 no sé cómo me hubiese imaginado. Pero seguro que no hubiese visto muchas de las cosas y artilugios que hay hoy, porque de hecho los ordenadores personales eran una cosa recientísima y quienes se metían a trastear con ellos eran poco menos que iluminados o marcianos, gente que no sabía muy bien por dónde tirar en sus aspiraciones laborales y que acababa dedicada a eso como mal menor. Yo tengo un primo que metió su hocico en eso de la informática a mediados de los 80 y entonces le miramos como a un lunático. Lleva casi 40 años con trabajo fijo mientras los demás sobrevivimos con nuestras puñetas, de modo que puedo decir sin miedo a quedar como un panoli puesto que lo soy que yo no vi venir ni uno solo de los inventos que han ido cayendo desde 1984 hasta aquí. Ni uno. Así que no sé cómo será el panorama dentro de otros 40 años, la verdad es que prefiero no pensarlo. Eso si seguimos –en particular y en general– por aquí, que ya sería bastante. Quizá ya no haya comida tal y como la entendemos ahora o sea una cosa de pobres, que como ni pueden pagarse las pastillas que nos alimentan con 1 al día tienen que seguir cultivando sus huertos y teniendo unos pocos animales en casa. O es al revés, que son los ricos los que tienen eso y los pobres nos alimentamos con pastillas baratas y chungas. Quizá ya no haya coches de gasolina. O ni siquiera coches. Ni a saber cuántas cosas más. Porque las cosas nuevas suelen cepillarse unas cuantas viejas. Ahora ya no hay videoclubes ni cibercafés quedan cada vez menos cines y menos periódicos en papel y muchas más cosas, mientras la vida se acumula en un móvil que menos quitarte el stress –al revés– hace casi de todo. 2024. Cuando pienso que entre 1984 y 2024 hay la misma distancia que entre 1984 y 1944 me doy cuenta de la dimensión del salto. Y de la edad. Feliz año.