Cuando Esparza mastica veneno y escupe escoria ácida contra quienes no se avienen a sus ideas, o cuando Cristina Ibarrola expresa su frustración con un discurso repleto de prejuicios cargados de resentimiento, cuando Marta Álvarez trata de emular zafiamente a Arthur Schopenhauer batiendo un estúpido record de insultos contra los socialistas navarros, o cuando Adanero mueve el dedo acusatorio como si fuera un gatillo desbocado, usando a las víctimas de ETA como tabla de salvación política; están aplicando, todos ellos, el principio populista que apela a los efectos morales para construir un relato. Es gente que gestiona bien el resentimiento, la ira, el miedo o el asco. Emociones que crean una atmosfera pública y que son muy pegajosas especialmente cuando sirven para orientarse en la oscuridad de nuestros días.

Eva Illouz dice que las emociones populistas apelan a un núcleo imaginario de grandeza y autenticidad del territorio (la Navarra sin contaminar) y suelen alimentarse de narrativas victimistas. El caso de Ibarrola es de manual.

Últimamente, la derecha navarra tira de esas emociones etiquetando acontecimientos y otorgándole marcos interpretativos universales, como si fueran verdades inapelables. Porque está en el lado correcto de la historia.

Veamos: “el nacionalismo vasco es una amenaza para la prosperidad de esta tierra” (Javier Esparza) “Asiron es un alcalde legítimo pero no moral” (Cristina Ibarrola). “Navarra, con un gobierno sustentado por los proetarras de Bildu, genera un clima de inestabilidad política que repele y provoca alergia a los empresarios” (Julio Pomés) . “Es una vergüenza y una afrenta para los pamploneses” (Adanero en relación a la moción censura).

Opiniones respetables, pero admitamos que tienen mucho que ver con una interpretación paranoica de la vida social y política.

Son nuestros “Mileis”. De momento, sin motosierra. Pero al tiempo.