Vermut. Ravelo. Han sido los últimos en saltar a escena. Antes fueron otros. Y pronto seguro serán más. Por desgracia esta película ya la hemos visto aunque hubiéramos preferido no tener que verla. Una denuncia llama a otra. Quienes han callado, quizás ahora sí tendrán necesidad de contar. No es tan fácil todavía sacar a la luz episodios demasiado duros y oscuros, aunque muchas mujeres saben, y cada vez más lo dicen, que se han sentido como poco incómodas y como mucho acosadas o sino algo peor por un hombre que ha ejercido esa presión machista desde una posición de fuerza y poder. Ese el argumento que se remonta en la noche de los tiempos y no conoce fronteras, ni ámbitos.
Una película de desigualdad a la que hay que poner un final entre todas y todos. Digo todos y todas porque evidentemente hay que contar con la implicación y el apoyo de muchos hombres que para nada participan de estas prácticas y están dispuestos a trabajar para erradicarlas y sumar su voz de denuncia a la nuestra.
No creo que se trate de una guerra de géneros, aunque sí que es cierto que estamos ante un fenómeno sistémico y muy arraigado. Por eso son importantes y meritorias no solo las voces de mujeres que dan el paso de denunciar estos abusos de poder, sino también profesiones como el periodismo, que en su propio ecosistema no es ajeno a esta realidad, que dan crédito, contrastan y difunden estas situaciones desde la profesionalidad, el derecho a la información y un compromiso con la verdad y la justicia. Y en muchos casos también con firmas de periodistas mujeres. Una profesión y un enfoque más necesario que nunca.