Dicen que las grandes historias protagonizadas por luchas individuales que se vuelven colectivas siempre tienen un final esperanzador. También ante la fatalidad, cuando el trabajo y el acompañamiento de personal médico, enfermeras, sanitarios, familiares, amigos o vecinos se enfrenta sin éxito a un cáncer que se ceba con un cuerpo joven. En poco tiempo he perdido a dos seres queridos (primero Jessi, ahora Gorka) por tumores muy agresivos.

Sólo con perspectiva te das cuenta del verdadero significado de la palabra coraje y de lo que nos necesitamos ante el dolor y el sufrimiento más desgarrador. Y que todo ese músculo de cariño y aliento en grupo ha merecido la pena para coger carrerilla y seguir luchando por los que se quedan. La energía (humana, espiritual) que creamos se transforma y nos ayuda a seguir caminando con más fuerza. Y la capacidad de superación de esa persona que ya no está, esa leona, ese león que nos abandona, nos inspira en muchos momentos de nuestras vidas.

Las redes que tejemos y las que nos abren las manos, nos ayudan a llorar, a soltar lastre, y nos hacen más fuertes. Y van más allá de la familia. Todas esas manos que se han dedicado a abrazar, a compartir, a enviar un mensaje... han reseteado también sus vidas y buscarán esa ayuda en otros momentos. Ayer supimos que la mortalidad en los cánceres de hombres se han reducido en un 11% y un 5% en las mujeres en cinco años. Seguramente, fruto también de ese trabajo en equipo y de la cooperación entre investigadores, en casos de melanomas o linfomas, se descubrirán nuevos avances, y en cinco años casos como los de Jessi o Gorka sí se salvarán.