No sé qué puede causar más asombro: que en el mercado negro de cadáveres la pieza completa alcance una cotización de 1.200 euros, o que el kilo de carne humana, con esa referencia, se pague casi como si fuera de ternera gallega, aunque su destino no sea la olla de guisar. Por lo leído estos días, hay demanda; tanta que el asunto llega al extremo de la ilegalidad y de la delincuencia para conseguir un ejemplar. Porque, como si siguieran el argumento del cuento de Robert Louis Stevenson, los ladrones de cadáveres han montado un negocio en Valencia para proveer de elementos de estudio a alguna universidad, saltándose los cauces establecidos, lo que viene a ser la trazabilidad de los cuerpos exánimes desde que expiran hasta que quedan depositados en un ataúd, en una urna o esparcidos por el viento, según gustos o últimas voluntades. También hay quien dona su cuerpo a la ciencia para que los futuros médicos hagan prácticas con el bisturí como quien mete la piqueta en una excavación arqueológica.

Alguno de esos cadáveres expoliados, según las informaciones, había sido rescatado del proceso de incineración. Siempre me pregunto qué pasa cuando cae la cortina del crematorio y fuera del alcance de los ojos de los presentes; como si asistiéramos a un número de escapismo de Houdini, al desaparecer el velo no queda rastro de la caja, solo el perfil de una portezuela en la pared del fondo como una metáfora del más allá. Comprendo que lo de Valencia es anecdótico y está enmarcado en la prolífica picaresca española, pero también fue noticia hace unos años el trapicheo con ataudes que eran retirados de las llamas y, previo pago, volvían al circuito comercial de algún tanatorio con pocos escrúpulos. A decir verdad, tampoco entiendo que se realice un importante desembolso por un féretro (su precio medio ronda los 1.500 euros, aunque la horquilla abarca de los 200 euros a los 10.000) que va a ser pasto del fuego. Reciclarlos no sería mala solución.

En fin, que lo que en el siglo XIX era fruto de la imaginación de un escritor, en el XXI es una oportunidad de negocio, si el hecho de trabajar con la muerte no lo es ya desde hace tiempo.