Pamplona no es Barcelona, Madrid ni Donostia pero es entendible la preocupación de los vecinos del Casco Viejo sobre los riesgos de gentrificación y turistificación que amenazan al corazón de la ciudad. Los vecinos de la parte vieja de la ciudad llevan años sufriendo los problemas de ruido principalmente los fines de semana –y especialmente durante los Sanfermines–, y a la presencia constante de turistas se suma, en los últimos años, la proliferación de pisos turísticos, sobre todo en calles fetiche como es la Estafeta. Nahiko (AZ) apuntan a 311 pisos registrados en la ciudad, de los cuales 172 se concentran en el Casco Viejo más de un centenar los que se calculan que no están registrados.

Piden por ello declarar lo Viejo zona saturada. Desde 2019 la normativa estatal permite que los vecinos limiten estas actividades a través de sus estatutos de comunidad, lo que fue ratificado recientemente por el Supremo. Son necesarias las firmas de tres quintas partes de los propietarios para su veto, quórum necesario también para determinar el cierre de un establecimiento que no esté legalizado. También el Ayuntamiento de Pamplona con el primer gobierno cuatripartito modificó en 2019 –previa moratoria– la normativa para que, entre otras medidas, los pisos turísticos únicamente se autorizaran en plantas bajas y primeras plantas. Es decir, existen mecanismos legales para proteger el “alma” de determinados barrios como el Casco Antiguo.

Todo hace falta, también un mayor celo desde las administraciones para perseguir los alojamientos ilegales en los que se incluyen no sólo viviendas completas sino, en muchos casos, habitaciones que se alquilan a turistas bajo ningún control. El alcalde de Iruña ya se ha comprometido a retomar este problema tras la reunión mantenida ayer con la plataforma vecinal. El modelo de turismo y de ocio nos hace también reflexionar sobre el futuro de ciudad que queremos, y muy ligado a ello, las soluciones en materia de vivienda (la creación de zonas tensionadas en materia de alquiler). Las políticas de rehabilitación y de acceso habitacional deben poner el foco –con intervenciones decididas desde las administraciones– en barrios céntricos pero también en los más antiguos para que su reforma o transformación no caiga en manos de capitales especulativos pequeños o grandes. Viviendas que se encarecen por la creciente demanda turística y que corren el riesgo de quedarse vacías porque no son accesibles para colectivos como los jóvenes o personas mayores.