El asistente es, por naturaleza, un tipo generoso. Interpreta como nadie el concepto del fútbol como un juego colectivo. No ambiciona ser el número 1 sino que su dorsal este cada jornada entre los once elegidos. Sabe que su momento de gloria no depende tanto de la habilidad en la ejecución de un pase como del remate mortífero de quien recibe el balón de sus pies. Vive tan entregado a los demás que no sabe explicar el significado de la palabra egoísmo. El asistente es el invitado de primera fila al acto de aclamación de un compañero que, en agradecimiento a su colaboración, suele señalarle con el dedo durante la celebración de un gol o le abraza con efusividad para compartir los aplausos de la afición.

Esos pases clarividentes no tienen un premio similar al Pichichi ni una cotización especial en el mercado de fichajes; en realidad, hay partidos en los que el asistente pone un montón de balones en zona de remate y nadie consigue hacerlos buenos. En ese caso, desaparece de las estadísticas y parece que su participación ha sido menor. El 0-0 es su tumba, como lo son los goles de penalti o los marcados de libre directo. Y un chut mal ejecutado, un cabezazo sin dirección, un puntapié al césped acaban borrando de la memoria una maravillosa jugada individual anterior. Como por lo general el asistente ha conocido antes la emoción del gol en primera persona, sabe de la importancia de una buena entrega. Rubén García y Jesús Areso han paladeado esa doble sensación en esta temporada.

En este partido con el Cádiz, a la sombra de un Budimir en camino de romper marcas históricas en el club, Rubén García y Areso se agigantaron en ese espacio en el que se elabora el gol con antelación, con una mezcla de energía y toque sutil del balón. Porque muchas veces la pelota termina en la red por inercia, porque llegó al rematador sin más intención que ponerla a ver qué pasa; sin embargo, en las asistencias que tumbaron a un correoso Cádiz hay un toque de distinción y también una intención indisimulada de hacer daño.

Rubén García recorta con la derecha para poner la pelota con la izquierda, su pierna más sensible, con la que ya había intentado marcar antes de falta directa. Lo de Areso tiene más que ver con la geometría: después de una de sus raciales arrancadas, tira líneas en su cabeza y analiza los parámetros para poner el esférico entre Budimir y Ledesma, más cerca del croata. Hay tal precisión en ese pase realizado a toda mecha que comienzo a sospechar que el gol que le marcó al Getafe desde la esquina fue intencionado y que no lo reconoce por modestia.

Los asistentes en este partido, por otro lado, representan dos planos diferentes de este Osasuna que busca nuevos objetivos en la Liga. Rubén García, que ha dado grandes servicios al club durante seis temporadas, se enfrenta al momento crítico de su renovación a los 30 años. Es un futbolista que siempre aporta. Areso, todo un revulsivo cuando entra al partido desde el banquillo, es parte sustancial de ese futuro en el que la cantera puso ante el Cádiz a ocho futbolistas en el campo. Porque los pases de gol pueden llegar de un lado o de otro, pero Tajonar debe ser siempre el asistente vital para Osasuna.