Leí esta semana que la natalidad en Navarra había caído en 2023 un 5,4% con respecto a los nacimientos de 2022, lo que nos convertía en la tercera comunidad con mayor descenso de natalidad, solo superados por Castilla La Mancha y Castilla León. Habían nacido un total de 4.519 criaturas, nada menos que un 25% menos –una cuarta parte menos– que hace 10 años, que es un descenso preocupante y con múltiples causas, ninguna de fácil arreglo. Revisando las cifras oficiales de 2022, veo en la nota que emitió el Gobierno de Navarra –a finales de noviembre de 2023 con respecto a 2022– que hubo 4.759 nacimientos y que el 27% de ellos eran de madre extranjera, cuando la población extranjera de Navarra es del 18%. Es, por tanto, la aportación que llega de fuera la que más colabora a que los descensos de natalidad no sean tan fuertes, porque la balanza nacimientos-fallecimientos es muy clara: murieron 1.558 personas más que las que nacieron, lo que supone un crecimiento vegetativo negativo, algo que se viene dando desde 2017 y que ha sido más acusado en 2020 y 2022. En cualquier caso, más allá de años puntuales, se confirma la clarísima tendencia a la baja de la natalidad, agravada por el hecho de que también es cada año menor la población de mujeres en edad de tener descendencia y por tanto los números globales tienen más opciones de ir descendiendo que de ir subiendo. Como con los nacimientos, es también gracias a la llegada de extranjeros y extranjeras que se asientan en nuestra tierra que la población no se estanca o retrocede y así se ha pasado a tener a 1 de enero de 2024 a 678.000 residentes en Navarra, 6.000 más que hace un año, subida toda ella gracias a la llegada de personas nacidas en otros países. Un dato a tener muy en cuenta a la hora de valorar la capital aportación social, económica y cultural que hace este 18% de población foránea.