Creías que sabías algo de matemáticas hasta el día que tu hijo o hija te pidió que le ayudaras con los deberes del colegio. Después de tratar de entender esa ensalada de números, concluyes que quien necesita un profesor de refuerzo eres tú. Y eso que aprobar la asignatura que impartía en el instituto de la plaza de la Cruz (entonces Ximénez de Rada) el sacerdote José Ignacio Dallo (azote del arzobispo Cirarda e ideólogo luego de la publicación integrista y ultra Siempre P’alante), sacarle un 5, que me voy del asunto, tenía mucho mérito.

Pero al final tomas la opción de Letras y olvidas el álgebra y la trigonometría. Hasta que, años después, el incipiente estudiante te abre el libro de mates con cara de aburrido y pone su tierno dedo sobre la página. ¡A ver cómo le explico yo esto! Los deberes (o la tarea) son fuente de conflicto familiar y de debate educativo sobre la conveniencia de mantener esta práctica. Un estudio a nivel mundial concluye que casi nunca es bueno realizar esa ayuda extraescolar, aunque se extiende en una serie de matices que no caben aquí. Pero el informe no entra a valorar un matiz importante: la pérdida de prestigio, la caída del mito, del padre o de la madre que no sabe resolver un problema o explicar la fotosíntesis de las plantas. Un drama.