Un grupo de agricultores y ganaderos navarros se planta en Olite para lanzar insultos como puta y zorra a la presidenta Chivite. Lo hacen aprovechando la presencia del lehendakari Urkullu y del presidente de Nueva Aquitania, Alain Roussef, en el marco del encuentro de esta Eurorregión que agrupa a nueve millones de ciudadanos europeos. Insultos en el lenguaje soez, zafio y machista habitual en estos casos. Inaceptables, sea Chivite la destinataria o cualquier otra mujer. La imagen de Navarra que trasladaron desde Olite este grupo con chalecos amarillos como distintivo fue penosa. Tanto que sus compañeros de la Plataforma 6F, que trata de mantener activas las tractoradas, se apresuraron a desmarcarse y a minorizar los hechos como “un caso aislado”.

El daño ya estaba hecho y después de que Chivite anunciara con buen criterio que no iban a quedar impunes, los insultos machistas pasaron a manos de la Policía Foral que ha identificado a varios de los autores. En realidad, los protagonistas fueron los menos, pero el conjunto de los que estuvieron en la concentración participaron por activa o por pasiva en los hechos. Los jalearon o acompañaron de risas, pero nadie llamó la atención a los insultadores. No es un hecho nuevo. Hace unos años, en 2017 con Uxue Barkos en la presidencia de Navarra, un grupo de militares de esos abundantes reductos ferozmente ramplones del trasnochado franquismo también le insultaron puta, a la vez que lanzaban veladas amenazas sobre una nueva guerra. Por supuesto, aquella falta de respeto quedó sin castigo alguno.

Ahora Chivite, como ocurriera entonces con Barkos o antes con los tartazos a Barcina en Toulouse en 2011 o con los insultos groseros a Sanz en algunos partidos en el Sadar, es la máxima representante institucional de Navarra y tiene la legitimidad democrática de los votos de la mayoría de los navarros y navarras representados en el Parlamento. Hay un problema de fondo también que se genera en la constante apuesta por la confrontación y la polarización de la política ahora desde las derechas. Una banalización del insulto y la descalificación que se sustenta sobre la pérdida total del respeto a las otras personas y tiene su origen en el convencimiento muy pobre de que las reglas y valores de la democracia solo tienen sentido si ganan ellos. Una decadencia de los cánones mínimos de la convivencia democrática que se puede comprobar cada día en los debates parlamentarios o en las intervenciones públicas de determinados políticos demasiado acostumbrados a sustentar sus discursos básicamente en los insultos y exabruptos.

Si Ayuso se permite llamar hijo de puta al presidente Sánchez en el Congreso en su investidura y no solo no pasa nada, sino que la mentira que se inventa para intentar escaquearse de la pifia se convierte en lema de camisetas la puerta se abre al todo vale. Un compendio del insulto como única capacidad de construir un discurso político al igual que ese grupo de agricultores mostró en público su certeza de que el insulto es una vía que no tiene coste para llamar la atención pública y presionar y amenazar. Un inmenso error. Lo contrario a lo que representan las sociedades democráticas libres. Solo quedará la frustración y la insatisfacción con lo conseguido de sus reivindicaciones, sea mucho o poco o simplemente lo posible.