Hola personas. ¿Qué tal se pasan estos fríos?, a no quejarse que somos de Pamplona, que no se diga.

Esta semana he de cumplir y continuar con el “Continuará” de la pasada y cumpliré con sumo gusto. Como recordaréis, el anterior ERP lo dediqué al Dr. Arazuri, nuestro gran maestro en esto de pamplonear. En él conocimos su primera publicación, que vio la luz en la revista Pregón en la Semana Santa de 1961, y de ella hicimos un pequeño resumen muy indicativo de lo que sería su obra posterior.

Para continuar con el pequeño y modesto homenaje a D. Jose Joaquín empecé a documentarme con sus libros, a mirar fechas y a leer un poco su biografía y su trayectoria editorial, pero he decidido que voy a hablar a pelo, sin apoyos, voy a hablar de lo que Arazuri significó y significa en esa parcela de mi vida que se ocupa de conocer y querer mi ciudad.

Desde mi más tierna infancia he sido consciente de la existencia de un señor en Pamplona que se llamaba Jose Joaquín Arazuri. Primero por boca de mi madre, ya que era nuestro pediatra y yo le oía a ella comentar en casa con mis tías, con mis abuelas, que Arazuri le había dicho esto o aquello, o que a la tarde hemos de ir donde Arazuri a que nos viese esa tos, o, si la fiebre hacía acto de presencia, voy a llamar a Arazuri que venga para que te vea esas anginas, y venía a casa un señor simpático, pequeñito, con unas gruesas gafas, que hablaba con cierta amistad con mis padres y que era empático con el doliente de turno. Te metía aquel maldito palo en la boca que te provocaba sí o sí una buena arcada, te auscultaba, silencio en la sala, y diagnosticaba la leve enfermedad que se remediaría, en el peor de los casos, con unas inyecciones o unos odiosos supositorios y, en el mejor, con unas pastillas y tres días sin ir al colegio.

Más adelante la figura del Dr. entró en mi casa de la mano de mi padre, pero en otro formato, cambió fonendoscopio y maletín por papel, tinta e imagen y entró para quedarse en las estanterías, entró siendo libro. El primero fue “Pamplona antaño”, editado en 1966. Mentiría si dijese que me acuerdo de cuando este libro llegó a casa, yo gastaba unos inocentes 8 años que más me movían a correr tras una pelota que a bucear entre las páginas de un libro. Hoy en día tengo varias de sus ediciones y lo conozco perfectamente, en él Arazuri nos da razón de temas tan diversos como son el bloqueo carlista de 1874, la Virgen del Camino y su historia viajera, el río de los leños, hoy desaparecido, la llegada del alumbrado eléctrico, personajes populares, deportes y deportistas y un poco de todo aquello que fue medianamente significativo en la Pamplona de nuestros antepasados. La siguiente obra en ver la luz fue su “Pamplona estrena siglo”, editada en 1970, de este y de su llegada a casa me acuerdo perfectamente, ya contaba 12 años y el libro me despertó la curiosidad por las fotos de la Pamplona antigua que acompañaban al texto y que me mostraban como habían sido rincones que yo conocía con muy diferente aspecto. El acercarme a ver las fotos me llevó a meterme también en el texto y al encontrarlo sencillo, ameno y fácil de leer me zampé el libro de pe a pa. En sus páginas encontré como vivían y como se divertían los chicos de mi edad allá por el 1900, cómo eran sus juegos, el irulario, la trompa, el hinque, monquica Moncayo, al que nosotros luego llamábamos el burro, la patusca, etc. etc., y cómo eran sus bromas, en los comercios, a las parejas de novios, por los pisos, en el río y en cualquier lugar donde encontraban a una víctima propicia para hacerle pasar un mal rato que a ellos les proporcionase unas cuantas risas. Nos contaba sobre los vendedores ambulantes y sobre los tipos populares, sobre los precios de las cosas, sobre los toros, sobre los espectáculos y sobre la vida en general. Nos hablaba de cómo fue aquella Pamplona finisecular que se parece a la actual como un huevo a una castaña. A este libro le siguió, El municipio pamplonés en tiempos de Felipe II, único de sus libros que no he leído, y tras este apareció Pamplona Belle époque, que era una continuación de ya referido Estrena siglo, en él añade personajes y anécdotas de la calle y su lectura también fue en mis años mozos uno de los venenos que me llevó a esta afición por mi pueblo. Los personajes que nos presenta Arazuri eran, entre otros, La Zacarra, Bartolomé, Maxi la cutera, el Ja-ja, el Mentira, etc. Hubo uno al que apodaban el Petit, zapatero frustrado y empleado de la perrera municipal al que unos guasones convencieron para que se presentase a concejal y a punto estuvo de conseguirlo, era aclamado por las calles al grito de ¡¡ Viva Petit, Viva Petit!! Entre sus propuestas municipales se encontraba una en la que prometía traer pescado desde el Cantábrico, directamente por una tubería; disponiendo de esta forma los pamploneses de pescado fresco todo el año.

Unos años más adelante Arazuri publicó su obra magna. Cambiando diametralmente de estilo y temática , D. Jose Joaquín nos regaló su “Pamplona, calles y barrios”, tres grandes volúmenes editados entre 1979 y 1980, en el que por orden alfabético figuran todas las calles, avenidas, plazas y plazuelas que conforman nuestra ciudad. En cada epígrafe, explica de donde a donde llega la vía en cuestión, cuando fue bautizada con el nombre que ostenta y quien o qué era el que se lo presta. La obra contiene más de 1.100 fotografías de la Pamplona del ayer entre las que figuran obras de fotógrafos tan antiguos como Mauro Ibáñez o Vicente Istúriz o fotógrafos más cercanos a nosotros como Galle, Zubieta y Retegui o Bozano. En el “debe” hemos de apuntar que hay familias de Pamplona que afirman haber prestado fotos a Arazuri que nunca fueron devueltas, si es cierto demos por buena la acción ya que todo su archivo fotográfico, con más de 7.000 imágenes, está hoy al alcance de cualquiera en el Archivo Municipal.

A estos volúmenes les siguieron otros tres magníficos en los que cuenta al detalle todo lo referente a los sanfermines, aparecidos entre 1983 y 1993 y su última obra titulada “Historias, fotos y “joyas” de Pamplona” de 1995.

Arazuri fue un casta de la ciudad, miembro de muchos colectivos, aunque quizá el que más le gustaba era la cofradía del Pimiento seco, en la que con sus amigos, los Sarobe, Cesar Arraiza, J. J. Uranga, Fernando Nagore, Fernando Galbete etc. se daba buenas cuchipandas. También la peña Pregón formó parte importante en su vida. El Ayuntamiento en 1992 le concedió la medalla de oro de la ciudad. En 2001 se le dio su nombre a un céntrico paseo y desde 2003 una obra del escultor Rafael Huerta lo inmortalizó con su cámara de fotos, su libreta y sus gafas que han sido vandalizadas varias veces, desde aquí aconsejo al Ayuntamiento que le pongan lentillas.

Solo me resta dar infinitas gracias al Dr. Arazuri, por amar tanto a su ciudad, estudiarla y enseñarla como la enseñó.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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