La Semana Santa está puesta en el calendario –la pongan antes o después, unos días más hacia primeros de marzo o ya mediado abril– exactamente en el punto en el que, si planeas irte a alguna parte, más que a dónde quieres ir lo primero que se te viene a la cabeza es el tiempo que va a hacer. Claro, como la inmensa mayoría de la gente coge las vacaciones y los alojamientos con mucho margen o bastante, el tema se convierte en una moneda al aire, a no ser que te vayas a alguna zona semi tropical o a Canarias o que, directamente, te dé igual pasarte los 5 días oficiales con el agua al cuello porque haces plan de ciudad grande o desconocida. Va a llover. Este año. O eso dicen las predicciones.

De hecho va a llover bastante en bastantes puntos de España, lo que no va a dejar de ser una jodienda para quien se vaya a dejar unos dineros en las vacaciones –el agua es un milagro, claro, pero es molesta de cojones– y, por qué no decirlo, también para quienes no nos vamos a mover en exceso o directamente nada. Es lo que hay. Así como en Navidad o verano ya tienes más o menos claro qué te puedes encontrar en la mayoría de destinos que elijas, en Semana Santa es una lotería y muchas veces la lotería te sale rana y cae la del pulpo, mientras los días previos –como está siendo el caso– hace un tiempo maravilloso que pilla a casi todos currando. La famosa Ley de Murphy, vamos, aplicada sin ningún género de dudas a la decisión de si elegir Semana Santa como unos días de turismo o pasar de ella y que se la juegue Rita. Igual de aquí a mitad de semana la predicción cambia, pero por ahora habla de agua a pozales en numerosos lugares, así que mis condolencias a los desafortunados. Los que este año hemos optado por no jugárnosla no celebramos vuestra mala suerte, al contrario, pero hay que reconocer que te congratulas con la decisión. Puto tiempo oye.