Es difícil opinar en esta ciudad sobre algunos temas sin que suene a provocación. Echo de menos algunos debates con nuevas voces. Han pasado nueve años desde que el anterior gobierno municipal de Asirón abriera el melón sobre el futuro de los Caídos (en 2018 se impulsó un concurso de ideas con 49 proyectos, se seleccionaron siete y solo uno de ellos defendía su derribo y el mantenimiento de un pequeño espacio para la memoria) pero hubo que volver a la casilla de partida tras cuatro años de bloqueo.

El nuevo gobierno municipal aboga por un proyecto consensuado y con participación ciudadana y se muestra dispuesto a abordar todas las opciones. Desde el Gobierno foral también se han escuchado voces que apuestan por conservar el edificio y resignificarlo, otras que abogan por lograr, ante todo, un amplio consenso social y político. Entre tanto, asociaciones memorialistas a favor del derribo han organizado hoy una “muestra procesionada de cuadros de dolor irreparable”.

Entiendo sus razones como “símbolo de la brutalidad ejercida” y cuando alegan que “no existe la resignificación”. Desde el Colegio de Arquitectos se ha defendido la idea de mantenerlo en línea con las políticas europeas de “optimización de recursos”. Apenas se oyen opiniones de calle o vecinales sobre la función social o urbanística de este panteón funerario y su desarraigo con el resto de la ciudad, un tapón que impide la conexión entre barrios viejos y nuevos. O sobre posibles nuevos usos (un Tabakalera o Alhóndiga). Habrá que ver la hoja de ruta que se marca Iruña para evitar nuevos atascos; la ciudad se juega mucho. Yo opto por sanear el Ensanche, que corra el aire.