Coño, mayo. Dicen que viene frío, por lo menos los primeros días. O sea, que marzea mayo. Hace unos años marzeó mayo entero y casi nos dan los perrenques a todos, así que esperemos que esta vez marzee solo lo justo, que llueva un poco y eso y que nieve en las cumbres y que deje de dar por el culo con máximas de 10 grados y nubes todo el puto día y basura así, que allá está noviembre. Si cojo noviembre y vengo hasta ayer, la temperatura media en Pamplona ha sido de 9,1 grados centígrados. Un poco superior a la media de ese semestre, vale, pero nada del otro jueves.

Creo que medio año por debajo de 10 grados de media a esta provecta edad en la que me hallo es suficiente. Tampoco le pido a mayo –como no se lo pido a los meses anteriores– máximas de 28 o de 30 o cosas así fuera de sitio, solo un poco ya de 20, 22, 24 y poder de una vez salir a la calle sin jersey y que no te venga el cabrón del cierzo y te meta un gancho en toda la mandíbula y otro en el costillar. Me conformo con una subida de la temperatura acorde a lo que suele ser, coño, que ya está bien.

Eso por no hablar del agua, reconociendo que en abril ha llovido poco. Pero desde noviembre al menos en la capital vamos bien, con 543 litros, que son nada menos que 841 desde septiembre. Esto es, desde septiembre ya se ha superado con creces la media de un año entero pero en dos terceras partes del mismo. Agua no ha faltado.

Cosa diferente es que aquí el terreno esté acostumbrado a que caigan sus litros mensuales cada mes y que si eso no es así pues se seca todo que parece que no llueve desde 2015, pero llover ha llovido. Así que a ver cuándo de una vez mayo empieza a mayear –ya digo, no quiero torradas de 30 grados– y tenemos más luz y más sol en el horizonte. Los días van lentos, pero los meses vuelan. Cuatro o cinco de clima agradable-caliente es lo que necesitamos para aguantar la turra otoño-invernal.