Hace apenas dos años, la película Argentina 1985, de Santiago Mitre, con el actor bonaerense Ricardo Darín en uno de sus mejores papeles, se quedaba a las puertas de hacerse con el Óscar. Un premio merecido para esta cinta inspirada en la historia real del fiscal Julio Strassera, que se atrevió a acusar, entre fuertes amenazas, a los altos mandos de la sangrienta dictadura militar argentina en el juicio a Videla y su plana mayor; los artífices de uno de los capítulos más duros de la historia reciente de Argentina.

No es la única joya de la filmografía del país latino cuyo cine ha dado grandes nombres y mejores momentos. Ahí están, películas como Un lugar en el mundo o Martín (Hache), de Adolfo Aristarain; Caballos salvajes y Cenizas del paraíso, de Marcelo Piñeyro; Nueve reinas, de Fabián Bielinsky; El hijo de la novia o El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella o Relatos salvajes 2014, de Damián Szifrón por citar algunas.

Argentina no es una país cualquiera cuando hablamos de cine. Son especialistas a la hora de transmitir emociones y lo han llevado casi todo a la pantalla. Pero ahora viven una realidad que supera con creces la ficción y que está poniendo en peligro esa mirada crítica, emotiva, sincera y necesaria de su cine, con un presidente, Milei, dispuesto a desmantelar las industrias culturales. Y no se han quedado callados.

Mientras él interpretaba otro papel estelar en Madrid, la industria del cine argentino se manifestaba en el Festival de Cannes contra las políticas del Gobierno ultraderechista que con sus recortes a la cultura promueve “hambre, ignorancia e intolerancia” en una auténtica cruzada contra la cultura, la ciencia y la educación.