Hola personas, cordialmente se os saluda. Hoy, ya con los pies en el suelo y sin meternos en aventuras que no nos son propias, vamos a recuperar nuestras viejas costumbres.

Esta semana he ido a pasear a mi querido camino, serpentín que desde Beloso nos lleva al río, y he ido por dos motivos, en primer lugar, porque hacía mucho que no iba y ya sabéis que con cierta periodicidad me gusta recorrerlo, y otra, porque un runrún me decía que las cuestionadas obras de la cuesta que corona, en alguna medida le iban a afectar y así ha sido.

El miércoles por la mañana salí de casa y tomé dirección Lezkairu, para ello al acabar la calle del benefactor D. Paulino Caballero Ruiz (Pamplona 1839-San Sebastián 1923) enlacé con el tramo de la calle Aoiz que rodea el parque del arquitecto D. Serapio Esparza San Julián (Pamplona 1880-idem 1969), y al llegar a la altura del comienzo de la Avenida de Karol Josef Wojtyla (Wadowice 1920- Ciudad del Vaticano 2005) algo me llamó poderosamente la atención, el viejo colegio de las Misioneras, edificio que llevaba viendo desde que tengo memoria, ya no estaba, en su lugar no había más que una montaña de escombros y sobre ella una excavadora. Tuve una extraña y triste sensación, sé que el edificio no era para declararlo patrimonio de la humanidad y sé que las ciudades cambian y que las casas y edificios que conforman nuestra memoria están sujetos a los intereses de sus propietarios, pero ese colegio era parte de la vida de los que nos hemos criado en esa parte final del ensanche.

Antes de todo el desarrollismo que se ha prodigado por ese lado de la ciudad, Pamplona acababa en la tapia de las Misioneras, tras ella había un campo de cereal y en él nos adentrábamos pegados a la tapia a fumar los primeros cigarros clandestinos e, incluso, fue testigo de algún que otro acercamiento al otro sexo, era lugar cercano, discreto y con tapia para apoyarte, ¿qué más querías? Bien, una vez visto lo que había y recordado el pasado con añoranza, tomé la calle Monjardín y por ella llegué a la de la Media Luna que me condujo a la colonia de Argaray. Tras atravesar las calles de los valles, salí a la última, la de Valle de Egüés, y por ella a la Avda. de Baja Navarra, la crucé a la altura de la puerta principal del edificio más grande y más infrautilizado de Pamplona: el seminario, y alcancé la antigua caseta de arbitrios municipales, hoy gasolinera clausurada, en donde ya se empezaban a hacer patentes las muestras de la batalla. Rebasé la gasolinera por detrás y llegué a la entrada de mi querido camino. ¡Qué horror!, tal y como presagiaba, estaba totalmente mancillado, no solo han arrancado la maleza, sino que arbustos bien vivos y pequeños árboles bien dignos han pasado al estante de la leña. ¿Alguien me puede explicar en qué medida molestaba la vegetación que había a la entrada del camino para que esta haya sido arrasada sin piedad? ¿la razón?, ni idea, no soy político municipal.

Con bastante cabreo inicial comencé a bajar y vi que el resto del camino está como estaba, y vi con alegría que está en su mejor momento, hace gala de primavera, frondoso, verde, los árboles, preñados de hojas, se cruzan de orilla a orilla y forman un túnel de vida por el que baja feliz el paseante, algunos con flores ponen color, y muchos, a juzgar por los cánticos, ponen sonido con la vida emplumada que albergan. Mientras bajaba no dejé ni un segundo de escuchar el siempre agradable canto de los pájaros, de muchos pájaros y con diferentes trinos. Los había melódicos, ruidosos, armónicos, desafinados e, incluso, había algún punky subido por las ramas. Seguí bajando y llegué a la pasarela, me asomé a ver que me contaba el río y lo vi blanco, ¿nieve de mayo?, no, polen de chopo que caía sobre el agua y dejaba sobre ella un manto blanco que se iba abriendo al paso de una piragua. Llegado al otro lado tomé a mi derecha y seguí por el paseo del Arga disfrutando de la mañana, de la vegetación, de la vecindad del río y de todo el paisanaje con el que me cruzaba que no era poco. Algunos perfectamente equipados de super runing; otros con el chándal viejo y las zapatillas cómodas, con cientos de kilómetros en sus suelas; gente joven; gente no tan joven; amos que paseaban a sus perros y perros que paseaban a sus amos. Llegué al final, salí a la variante de Burlada, tomé la cuesta de Beloso y subí por ella viendo con calma el desaguisado que le han hecho.

Ya sé que dije hace unas semanas que no iba a volver a hablar de los árboles ni a defenderlos porque, al final, solo consigo desesperarme viendo cómo se llevan a cabo las mayores tropelías, pero es muy típico en mí llevarme la contraria y no hacer lo que me propongo. Así que hoy hablaré un poco de los pamploneses verdes de cuerpo de palo que están siendo liquidados sin piedad. Decía en aquella ocasión que me ponía al lado de la ex alcaldesa para que se revisase el proyecto de Beloso y su famoso e innecesario carril bici y decía también que pobre del árbol que fuese defendido por un político de derechas, que ya se podía dar por jodido y así ha sido. Ella reculó, los millones europeos han hecho su efecto balsámico, ya se sabe: las penas con pan son menos, y el actual alcalde ha olvidado el calor con que defendió a los árboles de la Plaza de la Cruz, dando luz verde al apeo nocturno (manda huevos) de todos los ejemplares que jalonaban la cuesta de Beloso.

Comencé a subir y vi que en el lugar de cada uno de los 140 árboles, árbol arriba, árbol abajo, hoy hay un cono blanco y rojo, y vi, con estupor, cómo a mitad de la cuesta una máquina infernal, sin hacer ninguna selección de ningún tipo, entraba voraz en la fronda y sacaba todo lo que allí vivía para depositarlo en el remolque de un camión. Con la vegetación seguro que van nidos con sus huevos o sus polluelos, estamos en primavera, y al llegar las máquinas al suelo o al arrancar de raíz todo lo que a su paso encuentra, estarán llevándose por delante pequeñas madrigueras de pequeños roedores con sus crías. O sea que están llevando a cabo un atentado ecológico importante, pero nadie dice nada, casi todas las asociaciones que hicieron piña contra la obra de la Plaza de la Cruz brillan por su ausencia, ¿cambia el cariz de la cosa dependiendo del color del político que la ejecuta?, pues, desgraciadamente, parece ser que sí. Solo Gurelur ha levantado la voz, diciendo alto y claro que el equipo municipal está llevando a cabo un atentado contra la naturaleza en la mencionada cuesta. De nada servirá, la cosa no tiene marcha atrás.

Llegué a la Medialuna y me paseé un rato por ella para darme un baño de verde. Allí nadie ha talado nada. De momento.

Besos pa tos.

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