Cuando pasen las europeas, después del verano, llegarán las elecciones en Estados Unidos, que desde la distancia consumiremos con fruición, curiosidad o resignación. Será una batalla entre Biden, de 81 años para 82 (36 de los cuales como senador) contra Trump, a punto de cumplir 78. Un país como los EEUU, que sigue atrayendo e irradiando influencia, dibuja en cambio una triste situación política, con dos avejentados contrincantes que se sabe lo que dan de sí. “A ojos también de los americanos, Biden y Trump deberían ya estar en su casa”, señala Francesc Garriga, corresponsal de Catalunya Ràdio en Washington, que por teléfono confirma una percepción. Allí “la clase política dominante cada vez tiene más edad, y es muy fácil encontrarte senadores casi seniles”. Pone como ejemplo a Dianne Feinstein, fallecida a los 90 años hace ocho meses, estando en activo. “No quiso dejar el escaño a pesar de que gente cercana a ella decía que ya no se enteraba de nada, y ahí seguía, con una asesora a su lado que le iba chivando”. Por estos lares, tras la agonía del dictador que se consumió aferrado al poder, menguaron las ganas de ver al personal estirando su carrera política hasta la senectud, aunque Manuel Fraga, que había sido ministro franquista, dejó el Senado con 88 castañas, meses antes de fallecer. Sin olvidar que Juan Carlos I, sucesor del general, muy posiblemente hoy seguiría activo en el trono si no fuera por sus escándalos. Excepciones aparte, en cuestión de edad en la Moncloa ha primado el ‘paradigma Kennedy’, que llegó a la Casa Blanca con 44 años. Cuatro años más que Felipe González al comenzar a gobernar. Hoy, con 82, aunque no ejerce en primera línea hace mucho, no suelta ni su ego ni su cerbatana con la que zaherir a Pedro Sánchez y ahora también a Zapatero. En activo sigue un sucesor de González, Borrell, que ha cumplido 77 tacos.

Biden, de 81 años, se enfrenta a Trump, a punto de cumplir 78. Fraga, exministro de Franco, dejó el Senado con 88. Borrell sigue en activo con 77

Volviendo a Estados Unidos, Garriga cree que la ciudadanía está “atrapada” en una disyuntiva que disgusta a la mayoría, pero que “se la tendrán que comer con patatas” y elegir “entre un presidente muy mayor, que parece que no tiene energía” y ha generado “desencanto”, y un expresidente “casi igual de mayor, extremista, que suscita temor pero también admiración. Este corresponal cree que es pronto para saber si influirán las protestas universitarias por la posición de la Casa Blanca ante la matanza de Israel en Gaza, Algunos analistas recuerdan a los jóvenes que no votar es como hacerlo por Trump. Con lo cual, “los demócratas confían en que la gente casi se vea obligada a votar a Biden”. Sin embargo, Garriga observa que un sector de los estadounidenses se siente reconocido en el lenguaje de trumpista, con una “banalización” que nos está llegando aquí a “bocajarro”. Javier Marías ya lo avisó en 2008: “Que los políticos empiecen a expresarse como en las tabernas, sin cortapisas ni hipocresías, suele ser el primer paso hacia un fascismo real”. Palabras que parecen sacadas de una cápsula del tiempo. De un pasado que anticipaba este presente tabernario y oscuro. Garriga, por cierto, acaba de visitar Guantánamo. De los 780 presos que estuvieron ahí, “más de 700 fueron liberados “tras no poder sostener cargos contra ellos”. Algunos pasaron 15 años encerrados, los primeros siendo vejados, torturados, humillados.... Los siguientes en confinamiento solitario 23 horas al día”. Hoy quedan 30 presidiarios, de los cuales ignoran “a dónde mandar a 16”, pues “no se sabe si han cometido un delito, pero no se puede demostrar”. Inevitable acordarse por aquí de otra suerte de limbo mucho más cercano, el que sufre Pablo González, preso en Polonia