Hola personas, ¿vamos preparando las cosas?, mirad que luego llega el día y el pantalón no te ata, las alpargatas tienen agujero y la faja no aparece, y el día 5 a todo correr a la tienda de Ortega a buscar lo que falte.

Alguna vez ya he comentado que cuando empecé con esta aventura de juntar letras, más de uno me dijo: y cuando se te acabe Pamplona, ¿sobre qué vas a escribir? No se acabará, dije, sin más. Bien, sé que Pamplona es finita, por lo tanto, algún día se puede acabar, pero es tan grande que dudo que ese final me pille a mí en este valle de lágrimas. Para demostrar cuánto puede dar de sí, el paseo de hoy me va a consumir muy poca ciudad, solamente una calle, sí, sí, una sola calle nos va a dar argumentos para llenar un ERP. Me estoy refiriendo a la primera rua de la antigua Pompelo, por tanto, la primera calle de la ciudad, efectivamente, como muchos ya habréis concluido, la calle en cuestión es la calle Dormitalería, una de mis preferidas, y una vía que, sin tener muchas tiendas, ni bares, ni una excesiva vida ciudadana, es una calle que tiene méritos e historia suficiente para ser protagonista de lo que haga falta. Lo vais a ver.

La recorrí, con calma, el jueves a la mañana y la volví a recorrer el viernes por si me había dejado algo de ver y… sí, algo me había dejado. Este segundo día al acabar de recorrerla llegué a la Catedral y entré a ver que se cocía, eran las 10:30 de la mañana, salí a las 13:30, pero eso os lo contaré el próximo domingo.

Vamos primero con la historia. Como bien sabéis aquí llegaron los romanos, con Pompeyo a la cabeza, procedentes de la guerra de las Galias, y establecieron un campamento de descanso en un lugar que les pareció bueno para tal fin. Es de suponer que su idea era pasar el invierno del 74 a.C. en estos ubérrimos parajes, pero pasó el tiempo y vieron que el lugar era interesante para levantar aquí una ciudad y decidieron darle forma. Para ello llevaron a cabo la técnica que siempre ponían en práctica los romanos para estos menesteres: cuadricular el terreno en torno a una calle principal que iba de norte a sur, es decir que marcaba los dos puntos cardinales fundamentales y de ahí su nombre Cardo y, debido a su importancia, su apellido, Máximo, y esta calle en aquellos predios romanos fue la calle que hoy paseamos, la de Dormitalería. Por tanto, a historia no le gana nadie.

Su actual nombre data de 1802. Tal nombre obedece a que en esta vieja vía se encontraba la casa del Dormitalero o por mejor decir, el canónigo Dormitalero, que no era otro que quien se encargaba de que a la hora marcada todo el recinto catedralicio estuviese apagado, cerrado y en silencio para garantizar el sueño de los vecinos. La casa de dicho canónigo estaba en un callejón que hay justo antes del número 7.

La calle ha cambiado algo a lo largo de los años, sobre todo en su lado de los números impares, me atrevería a decir que salvo La Casita en el número 1 y los números 7, 9 y 11, el resto de la calle ha cambiado entera, no así el lado de los pares que salvo alguna excepción se conserva con todo su sabor de antes.

Antiguamente la calle llegaba desde la esquina con Curia hasta el convento de la Merced, que la cerraba a la altura del palacio arzobispal. El derribo de este convento en 1945 la abrió hasta el frontón Labrit, albergando en ese añadido el edificio del retiro sacerdotal a un lado y casas de vecindad al otro. Es por este tramo por el que he entrado y he empezado a disfrutar de ella. A la izquierda se encuentra lo que fue el caserón del seminario conciliar, levantado en el S. XVIII y que albergó a los aspirantes al clero hasta el año 1939. Luego la casa se ocupó con un hospicio, el de la Providencia, donde estaban los niños que llamábamos Los Periquitos, niños huérfanos o faltos de recursos que cuidaban las hermanas de la caridad. Hoy en día es una residencia de estudiantes. En la calle, del viejo seminario queda una pared de ladrillo que en su centro mantiene una bonita portada barroca con una hornacina avenerada que alberga un San Miguel de piedra, santo titular del viejo seminario. Frente a esta construcción, viejas casas de la Dormitalería de siempre, con sus ventanas abiertas desde las que salen voces que cuentan chismes, según oigo una señora le dice a otra que al hijo de fulanita ya no le dan más dinero porque tiene aficiones raras y ha vaciado su libreta y en su casa ya están hartos y que si tal y que si cual y que sé yo. Así, sin comas y sin tomar aliento.

Sigo mi camino y, en el número 54, topo con la bonita fachada de una tienda que, desde su inauguración, allá por el final del siglo XIX, solo ha cambiado el nombre y el género que vende. Fundada por la firma Gómez y Santesteban fue durante muchos años el local que surtía de hábitos talares al clero pamplonés. Lo mismo vendía una simple sotana que una capa pluvial, una teja que un solideo; dalmáticas, casullas, manípulos y estolas formaban parte de su oferta, así como copones, cálices, custodias y patenas o cristos, santos y vírgenes trabajados en Olot. Tras este comercio de olor a incienso vinieron otros, yo recuerdo una tienda de pinturas de toda la vida y ahora es Caramelo Vintage una tienda de ropa la que despacha tras el viejo mostrador. El edificio que se levanta sobre este local es digno de verse por la arabesca decoración que forman sus ladrillos en colores teja y amarillo. Sigo recorriendo la vieja calle y me llaman la atención los números de las casas que, siendo la mayoría aquellos de hierro fundido que ordenó colocar el ayuntamiento allá por el siglo XIX para uniformar las calles, varía el tramo de fachada sobre el que van colocados y ofrecen un autentico muestrario de bellas imágenes.

El 68 sobre una pared gris pintada con poco cuidado que ha pintado también el perímetro de la placa, el 66 a caballo entre dos colores, tostado y beige, el 54 sobre un sillar de recia piedra, el 46 sobre anaranjados ladrillos, el 10 es anterior y conserva aún uno de los antiquísimos números de cerámica, el 28 en la clave de un bonito arco de ladrillo cara vista pintado de alegre amarillo, los 5, 7, 9, y 11 son todos diferentes. Me dejo muchos, pero todos tiene su aquel. Todos albergan algo de alma, algo de arte. Los balcones están preñados de flores y da gusto levantar la mirada. Una placa en el número 34 hace honor al pintor Julio Martín-Caro y señala que en esa casa vio la luz el 31 de enero de 1933. A esta altura de la calle se encuentran las casas de los canónigos, donde antes se encontraban las casas y el patio del Arcedianato, pero me temo que eso y más cosas se van a quedar junto a la visita de la Catedral para la semana que viene, el espacio manda.

Colocaré el letrero: Continuará.

Besos pa tos.

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