Qué importante es saber destacar lo obvio, lo que tenemos ante nuestros ojos, en la face, hasta dejarnos virolos. Nicolás Sartorius, que se ha ganado un prestigio de hombre sólido a lo largo de seis décadas de proyección pública, recuerda que la pobreza anula la libertad, y que los proyectos ultraliberales conducen al autoritarismo. En la crisis financiera de 2008 en adelante brotó el marco de ‘recortes’ y ‘austeridad’; sustantivos que dieron lustre tecnócrata a aquella involución social, en la que latía la idea de devolver a la plebe a sus verdaderas posibilidades. ¿Lo recuerdan? Asomaron ya entonces ultras que querían tajazos, sangre y escarmiento público. Primó sin embargo el imaginario del recortable. Incluso los ‘stop recortes’ engordaron gráficamente aquel marco poco propicio en sus protestas, con tijeras que podían servir para cortar el pelo o limpiar pescado.

Quince años después, la izquierda sabe que de la austeridad al austericidio va un suspiro, que Milei ya está en la motosierra, ungido por Aznar y premiado por Ayuso. En esas bendiciones radica también lo obvio sobre qué está pasando. Así que una idea aventurada con estos prebostes es la ‘meritocracia’. Sin igualdad de oportunidades asigna méritos y deméritos sobre bases ficticias. Se nos da bien olvidarlo. Estamos más bien en fijar distancias y escalafones, como en los viejos portales fachos; para el vecindario e invitados el ascensor guapo; para los demás el montacargas y la puerta del servicio.

Nicolás Sartorius recuerda dos ideas claves: que la pobreza anula la libertad y que las ideas ultraliberales conducen al autoritarismo

Volviendo a Sartorius, aborda asimismo en su libro el papel de China en el mundo, y el contraste entre su aceleradísimo desarrollo y su falta de democracia. Para quienes crecimos en un mundo bipolar, vimos caer la URSS y asistimos al bautizo del Nuevo Orden Internacional, China es un actor sorprendente, que provoca curiosidad y un punto de condescendencia. En el fondo supone una gran cura de humildad y otro desasosiego en el horizonte. Por ejemplo: en este ciclo histórico declinante, las marcas de automóviles europeas se revestían de mítica y aureola. La seguridad sueca, la innovación francesa, el refinamiento inglés, la ingeniería alemana, el diseño italiano... Modelos referenciales de éxito, tradición industrial estable, y autoestima. Esa hegemonía reputacional se está yendo al garete, por procesos de concentración, y sobre todo por el nacimiento de un montón de nuevas marcas de coches que acabarán de revolucionar un mercado ya en frenesí. El sector está cambiando y con él un imaginario occidental cada vez más falsario. Tras los japoneses y coreanos, han llegado los chinos a un negocio tan potente e icónico como la automoción. Asumir que no somos el ombligo del mundo es un proceso higiénico y sanador, aunque no libre de cargas.

La realidad dicta esta nueva ordenación, pero el cambio es tectónico y aún estamos en proceso de asumirlo. El desplazamiento del poder y la lucha por el estatus son cada vez más perceptibles en un tablero internacional envenenado, donde China apoya a Rusia en su invasión a Ucrania, y Estados Unidos a Israel en su asedio medieval a Gaza. Viene otro mundo, en paralelo a una revolución digital en marcha. Es de esperar que sectores ultraliberales nos taladren la chola con el argumento de competir con los países asiáticos y sus estándares sindicales mucho más bajos. Por de pronto nuestros vecinos vascofranceses se la juegan de verdad. La tríada libertad, igualdad, fraternidad se ha resquebrajado, y la alternativa es involutiva, por mucho que Meloni siga ganando foco, y con ella su proyecto.