Llevamos el juego impreso en el ADN. A cualquier reto respondemos, desde muy pequeños, con un contundente ¿qué te juegas? Lo hacíamos con las canicas y con los cromos hasta pelar al adversario o volver nosotros mismos a casa con los bolsillos vacíos. Es cierto, eran juegos inocentes. Pero al mismo tiempo, sabíamos de dineros que se cruzaban en partidos en el frontón, en desafíos mano a mano en bicicleta, en carreras a pie. Esto sucedía mientras las quinielas de fútbol crecían en recaudación porque alimentaban en millones de personas el sueño de prosperar económicamente. Y en Navidad había que adquirir décimos o participaciones de la lotería. Quiniela y lotería quedaban al margen de la prohibición implantada por el régimen franquista para los juegos de azar (como anteriormente había ordenado la dictadura de Primo de Rivera), porque se interpretaba que eran nocivos para la sociedad. Sin embargo, el régimen hacía la vista gorda con el juego de las chapas que tradicionalmente se desarrollaba en Semana Santa también en muchas localidades navarras y en el que iban y venían de cartera en cartera gruesas cantidades de dinero, perdiendo algún jugador en la timba hasta el patrimonio.

El juego fue legalizado en España de 1977. Al amparo de aquel Real Decreto proliferaron como setas las máquinas tragaperras, los bingos, los casinos…; también, más adelante, otros cebos como La Primitiva, la Bono-loto y algunos semejantes en comunidades autónomas. Ni que decir tiene que Hacienda engorda sus arcas con el elevado porcentaje que recauda de los grandes premios. La Administración pone una vela a Dios y otra al diablo cuando tontea con proyectos faraónicos para construir complejos de casinos al estilo de Las Vegas.

La ludopatía no es una patología reciente. Pero los casos se han disparado desde que circulan múltiples ofertas para realizar apuestas en internet que han captado a la población adolescente. Los datos son preocupantes y tan necesaria es una regulación como informar a los más jóvenes (también a los adultos) de los perjuicios que les puede causar una actividad compulsiva. En Navarra hay 56 salones de juego, pero el riesgo mayor está en la red. Estamos ante la expansión de un juego peligroso en el que acabamos perdiendo todos.