La esperanza… que fue el recurso de Joe Biden en su canto del cisne esta pasada semana, cuando se dirigió a las Naciones Unidas por última vez como presidente de los Estados Unidos y puso un broche a su mandato con el área de que le ha ocupado por largo tiempo, es decir, la política internacional.
Para Biden, quien pasó ocho años en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y las relaciones internacionales marcaron el cénit de su larga carrera senatorial, el estado actual del mundo ha de ser una pesadilla, hasta el punto de que la desastrosa situación global sería motivo suficiente para acabar con su presidencia, aunque no tuviera las limitaciones mentales evidentes en los últimos años
Porque Joe Biden ha tenido cartas nada menos que en la apresurada retirada de Afganistán, con las consiguientes pérdidas de vidas norteamericanas y de afganos que habían colaborado con las fuerzas de Estados Unidos; su mandato presidencial ha coincidido con una creciente agresividad de Moscú; China va ahora pisando los talones a Estados Unidos en sus ambiciones de superpotencia; Israel vive una situación explosiva y aparentemente insoluble, sin olvidar el impasse de Ucrania, donde sigue manteniendo una actitud ambigua.
Para un político cuyo máximo punto en la carrera senatorial fue la presidencia de la comisión internacional, es todo un récord de decisiones polémicas, entre las que también se incluyen la apresurada retirada del Vietnam y la peculiaridad de sus vacilaciones en Irak: Biden se opuso a la primera intervención norteamericana en ese país, gracias a la cual el entonces presidente George W. Bush consiguió que el líder iraquí Saddam Hussein se retirara de Kuwait, mientras que prestó apoyo a la desastrosa segunda invasión de Irak, cuando el segundo presidente Bush quiso eliminar unas “armas de destrucción masiva” que nunca se pudo hallar en Irak, pero sí acarreó la muerte de Saddam Hussein y una desestabilización general en la zona y que todavía se prolonga.
La situación ha reforzado al Irán, el enemigo que llama desde hace décadas a Estados Unidos “el gran Satanás” y que está detrás de los conflictos del Medio Oriente más allá de Israel, como los ataques de los hutíes del Yemen, que casi han acabado con el tráfico comercial a través del Canal de Suez.
Lo que el todavía presidente de EEUU pareció haber aprendido bien es que “de sabios es rectificar” y supo dar marcha atrás cuando sus errores se hicieron evidentes… y generalmente irreparables.
Donde su política ha sido más consecuente es frente a Moscú, ya fuera durante la época soviética, o la etapa en que nos hallamos, posterior a la Guerra Fría, con un enfrentamiento implacable. Pero este comportamiento tampoco ha dado grandes frutos más allá de la caída del Telón de Acero, como puede verse en la invasión de Ucrania y los coqueteos de Moscu con Teherán, Pekín o Venezuela.
La gran pregunta es ahora cómo actuará su sucesora, en caso de ganar las elecciones, la actual vicepresidenta Kamala Harris. Por ahora, la nueva candidata presidencial ha dado escasas pistas de sus preferencias en política exterior –si es que tiene algunas– y por el momento no le hace falta: las elecciones se ganan en cuestiones internas, ya sean medidas sociales o económicas.
Quien ocupe la Oficina Oval a partir del 20 de enero de 2025, no tendrá más remedio que tomar decisiones: en EEUU la política internacional está en manos del presidente, mucho más que las cuestiones internas y presupuestarias, que se deciden principalmente en el Congreso
Pero este no es un terreno del que Harris se haya ocupado jamás, así que podemos esperar que se pondrá en manos de los mismos asesores de Biden y continuará con la política de los últimos años.
Naturalmente, podría haber sorpresas y descubrir una vocación internacionalista, pero de momento los observadores no tenemos indicación alguna de sus preferencias y de cómo influirán en el mundo: experta o ignorante, interesada o despreocupada, Kamala Harris estará al frente de la superpotencia que influye en las vidas del mundo, tanto de las que vivimos bajo la esfera de influencia norteamericana, como entre potencias distantes y enemigas.