Mantos verdes que visten las montañas, arroyos místicos atravesados por puentes medievales, flores silvestres que pintan de color los campos y casonas de piedra con tejados de pizarra rebosantes de historias vividas entre sus paredes. El Pirineo está repleto de elementos que lo convierten en un enclave natural privilegiado. A pesar de ello, eclipsado por las playas, durante mucho tiempo el norte ha pasado desapercibido a la hora de elegir un destino de viaje.

Precisamente en el corazón de la cordillera pirenaica navarra, asentada entre los valles de Salazar y Aezkoa, la Selva de Irati es uno de esos parajes especiales que cada vez motiva a más personas a elegir las montañas del norte como su lugar de vacaciones. Y a menos de una hora en coche de esta famosa selva, se encuentra el Camping de Murkuzuria, en la localidad de Esparza de Salazar.

Tras trabajar en las instalaciones durante varios años, cuando las anteriores gestoras decidieron no continuar al frente del complejo de acampada, la amistad que surgió entre Andrés, Gala y Laura les llevó a formar la microoperativa Burujabeak para dar continuidad a una forma de turismo diferente; uno que se integra en la vida rural, que respeta el medio ambiente y a la clientela habitual y que fomenta las estructuras socioeconómicas del valle.

33 parcelas, 4 casetas y 5 bungalows conforman este complejo de acampada que —a pesar de ser el segundo más pequeño de Navarra, con una capacidad de 198 huéspedes— ejemplifica el auge que este tipo de turismo comienza a experimentar. “Está viniendo mucha gente en verano porque aquí hay mucha tranquilidad y, además, Esparza es un lugar muy bonito, al igual que sus gentes”, afirma Gala, gerente del camping.

Atraídas, precisamente, por la majestuosidad de las hayas y los abetos de la Selva de Irati —aunque también por el “fresquito” del norte— han dado a parar en Murkuzuria Sonia Sard, Leticia Penalva y su hijo pequeño, Leo. La joven pareja viaja desde Monóvar, un pequeño pueblo de Alicante. Para su travesía decidieron alquilar una camper, pero no una cualquiera. “Esta furgoneta la alquilamos en Aldaia, uno de los pueblos afectados por la dana. Es una de las que consiguió salvarse de la catástrofe”, explica Sonia. Mientras, Leticia ejerce de capitana de la aventura en la que se han embarcado. El mapa de ruta está perfectamente trazado en su cabeza: La primera parada fue Gallocanta. De ahí, subimos a San Juan de Luz, a Hondarribia, al valle de Baztan y ahora hemos parado aquí, en el camping, para lavar la ropa, descansar y para que Leo pueda divertirse y estar tranquilo”. Tras recargar pilas, visitarán los bosques del valle de Salazar y pondrán rumbo al Roncal.

Sonia, Leticia y Leo han alquilado una 'camper' en Aldaia para recorrer el norte. Unai Beroiz

Con intenciones de quedarse algo más de tiempo en el camping, Ana García, Edgar Codutti, Emma e India (la gata que les acompaña en sus andanzas) han instalado sus tiendas de campaña en la zona de acampada libre para visitar, como no podía ser de otra manera, la Selva de Irati. “Es lo que más nos ha motivado a venir aquí, además de que siempre acampamos en Alicante y queríamos probar algo más fresco”, comenta Ana.

Pero, si hay que hablar de estancias prolongadas en Murkuzuria, el primer premio tiene claros ganadores. Juan Manuel Garay, Jose Manuel Eraso, Jesús María Redondo, Mariángeles Molinero, Nieves Barber y Pilar Juániz acumulan a sus espaldas 36 años de amistad, desde que sus hijos empezaron la ikastola. El 12 de junio pusieron rumbo, desde Pamplona, a Esparza de Salazar, y allí permanecerán hasta mediados de agosto. Aunque el primer día allí es “matador”, como lo define Juan Manuel, por el tedio de montar su arsenal de “tiendas-cocina” y “tiendas-despensa”, llevan 33 años pasando los veranos de esta manera. Su ruta es algo distinta a las anteriores. Ellos recorren el valle de fiesta en fiesta, cuenta Juan Manuel: “Ahora empiezan las fiestas de Esparza, así que pasaremos todo el día en el pueblo”. Un plan que repetirán en las festividades de Ezcároz o en la icónica fiesta tradicional de Ochagavía, durante la que el pueblo recrea cómo era su vida 100 años atrás

La cuadrilla de pamploneses lleva 33 años veraneando en el camping. Unai Beroiz

“Juntos y revueltos”, como dice Pilar, pasan los veranos en el camping desde hace 30 años. Tal y como exponen, allí viven días de mucho calor, que Mariángeles, la única que se anima a bañarse, ameniza en la pisicina; y otros con un frío que les obliga a cenar juntos, pegados al calefactor. Aunque admiten discutir y gritarse —a veces tanto que la gente de alrededor les mira—, el cariño que se tienen es lo primero que se percibe al entrar en sus parcelas, un rincón que las risas, los vermuts improvisados e incluso las peleas, convierten en hogar por casi tres meses.

Un destino inclusivo

Salta a la vista que el camping constituye un espacio moderno e inclusivo: una gran bandera del colectivo LGBTIQ+ ondea en la entrada del lugar porque, como informa Gala, gerente del lugar, “se trata de un espacio de dinamización cultural y comprometido con ofrecer colectivo un lugar seguro”. Tanto es así que el personal está trabajando de manera exhaustiva por diseñar un protocolo de actuación frente a agresiones o comportamientos que incomoden a algún cliente.

Sin embargo, pese a todo lo positivo de estas iniciativas, como ocurre con todo lo revolucionario, han suscitado críticas. “Nuestras reseñas en internet son todas muy positivas, pero da la casualidad de que la única negativa es acerca de la bandera del colectivo que hay en la entrada”, revela Gala. No obstante, el equipo está convencido de que, lejos de afectar a su rendimiento, la bandera les beneficia porque “sirve de filtro para una clase de clientes que no nos interesa atraer”.

Y en relación con las modernidades que caracterizan al lugar, y en un tono más distendido, Gala destaca otra faceta innovadora del camping. Resulta que Murkuzuria no es sólo un lugar moderno en cuanto a ideologías culturales o de género, sino también en términos gastronómicos. “Vamos renovando la carta cada cierto tiempo porque los locales que se acercan a comer lo demandan”, señala. De hecho, quien acuda a las instalaciones del campamento podrá disfrutar en mitad del valle, nada más y nada menos, que de “cosas tan locas” como un pad thai, un plato tipo wok que “está muy de moda” y que genera un contraste de lo más variopinto con todo lo tradicional del norte.