Danza
Carmona atormentado
Programa : ‘Súper-viviente’
Baile: Jesús Carmona. Percusión, guitarra, sintetizador y teclado: Bastián Iglesias, Juanfe Pérez, Manuel Maseado. Lugar y fecha: Museo Universidad de Navarra. 26 de septiembre de 2024. Incidencias: Estreno absoluto. Lleno (24, 26, 28 euros).
El excelente bailaor Jesús Carmona como más llega al público es con su prodigio taconeo. Siempre que remata un recorrido por el escenario –a veces sin apenas moverse- con su arte, el público enloquece. Pero Carmona es un investigador nato de formas de expresión, y, sin renunciar a su flamenquería –también de brazos y cuerpo entero–, se adentra en una narración, un poco desquiciante a veces, sobre trastornos disociativos. Trastornos que, según se nos aclara en el programa, suponen una falta de continuidad entre pensamientos, recuerdos, entornos, acciones e identidad. Evidentemente, a partir de esta definición, podemos esperar cualquier cosa. Todo menos un espectáculo convencional. Afortunadamente, entre los –digamos– cuatro cuadros que componen la propuesta, y que no parecen tener relación, siempre surge la danza juncal, de brazos y manos ondulantes, y virtuoso zapateado del protagonista. El comienzo es francamente potente. La relación, de amor odio, que entabla con un piano preparado, mantiene en vilo al espectador. Desde la caricia clásica al teclado (cita del Para Elisa) hasta el derrumbe y maltrato del instrumento, (en la línea de aquellos roqueros que rompían la guitarra), es, sin duda, metáfora de su cambiante estado de ánimo. Y en medio de ese caos, Carmona aplica su arte: zapatea sobre el piano, se marca un baile de puntas canónicas sin espectacular e interactúa con él como si quisiera sacarle respuestas que no tiene. Es un pasaje tenebroso, imprevisible, rotundamente teatral, y agotador física y mentalmente. El espectador queda impactado, sin duda, por esa mezcla de violencia extrema y detalles de delicadeza, por ejemplo, al tocar el piano tumbado, casi, como un acordeón.
Tras semejante esfuerzo, el bailarín se toma un respiro, en un segundo cuadro marcado por una escena, más visual que bailada, protagonizada por una serie de micrófonos colocados a modo de jaula a su alrededor: otra metáfora, sin duda, de la incomunicación por la excesiva comunicación; o de la imposibilidad de comunicarse de vedad, tapado por la verborrea. Lo cierto es que todo en esta función tiene varias lecturas. Se hace un poco larga la lenta colocación de los micrófonos, pero es que el protagonista tiene que descansar.
Para recuperar la tensión, Carmona se marca unos minutos de baile flamenco francamente hermoso: combina el bailaor la elegancia con la fortaleza. Sus remates a los acelerando del zapateado emocionan.
El último cuadro, no tan potente como el primero, mete al protagonista en una pequeña casa transparente, como de retorno a los orígenes. Casa que, por cierto, se le acaba cayendo encima (otra metáfora ¿?). A mi juicio debería haberse iluminado más la figura del bailarín, porque, desde una posición estática y muy acotada, su figura y bellos vuelos de manos quedaron algo difusos.
El acompañamiento, en directo, de los músicos fue magnífico. La percusión subraya la acción. Es atrevido el toque flamenco con guitarra eléctrica; para mí novedoso, y desde luego mejor que la excesiva amplificación de la guitarra española. Y todo lo que venía del sintetizador fue interesante, sobre todo ese sonido resbaladizo y áspero, como de hondas Martenot modernizadas. El propio bailarín interactuó con los tres (Iglesias, Juanfe y Masaedo), al final, a modo de suave jaleo a la flamenca. Ovación cerrada a teatro lleno en la inauguración de la temporada del MUN. Carmona atormentado, disociativo… pero siempre artista. Y vivo, muy vivo.