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El rincón del paseante

Patricio Martínez de Udobro

De novelas, cuadros y jardines

De novelas, cuadros y jardinesUnai Beroiz

Hola personas, se os desea feliz semana. Hoy vamos a ver dos paseos diferentes, uno de sillón e intelecto y el segundo mixto de zapato, arte y naturaleza, ¿Quién da más por tan poco?

Veamos. El primero de ellos no ha tenido lugar esta semana sino la anterior. La cosa tuvo lugar en el Nuevo Casino, que talmente se llama el que está encima del Iruña, de hecho, fijaos un día en el “escudo” que corona su fachada y veréis que en su centro hay una N y una C entrelazadas, iniciales de Nuevo Casino, si bien, hay quién dice que ese nudo de letras corresponde a Crédito Navarro, que fue la entidad que levantó ese bonito edificio siguiendo los planos del riojano Maximino Hijón. Tanto es así que los viejos pamploneses la conocían como la casa del Crédito. Sea como sea, desaparecida la entidad bancaria esa N y esa C se han quedado para la sociedad recreativa. El punto gana a la banca.

El motivo de la cita era harto sabrosón: no todos los días se da a conocer una obra póstuma que ha dormido un largo letargo de 56 años enchiquerada en algún cajón de algún armario del despacho de su autor, y mucho menos si la obra presentada nació en la Olivetti del que se considera el mejor escritor navarro del siglo XX. Estoy hablando de Manuel Iribarren, pamplonés de la Calle Estafeta 23, si pasáis por ahí levantad la vista que una placa bien hermosa lo recuerda. No muchos escritores nacidos por estos lares han conseguido el Premio Nacional de Literatura, como lo consiguió él en 1965, no tengo el dato pero así a ojo diría que es el único. No confundir con su homónimo Jose Mª, con quien no le unía más que una buena amistad, los dos fueron “pregoneros” de la revista Pregón y en ella publicaron ambos “cienes” de artículos. Trabajó la narrativa, el ensayo, la poesía, el teatro, fue periodista, y fue perejil de muchas salsas, así, por ejemplo, suyos son el Misterio de Obanos y la letra del Himno de Navarra. Fue aplaudido por muchos grandes de la época, Azorín, Baroja, los Álvarez Quintero, Gregorio Marañón y muchos más. Pues bien, de este figura se acaba de publicar una obra póstuma que lleva por título “El miedo al mañana”.

Hace unos meses Santiago Iribarren, que es más majo que las pesetas, me pasó la obra de su padre en un pen drive para que la leyese y le diese mi opinión porque estaban pensando en publicarla. Lo mismo hizo con lectores de mucho más fundamento que yo y que también dieron su opinión. Entre ellos estaba Daniel Ramírez, joven, pero ya viejo, periodista pamplonés que pamplonéa por Madrid y que no sabe estar quieto. Los frentes que tiene abiertos no los sabe ni él. Uno de ellos es el de ser presidente del club de Fans de Manuel Iribarren y cuando leyó El miedo al mañana, pensó: esto no puede seguir inédito, esto ha de ser publicado como sea. Y lo ha logrado. Él y otros se pusieron manos a la obra, la luz se hizo y las 246 páginas que tiene el libro se llenaron de letras y palabras para contarnos las cuitas de Valentín, un mozoviejo, un mutilzarra, de buena posición en apuros, que a lo largo del libro se encarga de dejarnos ver que es el tío más miserable del mundo.

Iribarren no nombra en ningún momento el nombre de la ciudad donde se desarrollan los hechos, pero es evidente que es nuestro Pamplona. Así, por ejemplo, el protagonista cada día leía el periódico precisamente en este Casino, el lugar en el que nos encontrábamos dándole la bienvenida al mundo. El acto lo presentaron Santiago y Daniel, como no podía ser de otra manera, y lo llevaron con mucho ritmo y mucha amenidad. Yo que vosotros echaría un vistazo a la vida de Valentín, igual os cae bien. Remató el acto el coro de la Policía Foral que interpretó el himno de Navarra con la letra de Iribarren.

La segunda parte de mi escrito me lleva a ver una exposición de pintura y a dar un paseo por la Taconera. Todo ello ha tenido lugar hoy viernes a la mañana, una deliciosa mañana de otoño con el sol en todo lo alto. He salido de casa y he tomado Carlos III, he llegado a la plaza del Castillo y he visto que había una feria organizada por Reino Gourmet, he dado una vuelta rápida y he visto que se vendía Navarra en bote: chistorras, garrapiñadas, txantxigorris, pimientos, quesos, patés, chorizos, nueces, etc. etc. Es curioso que el olor que imperaba era el del almíbar de las garrapiñadas. He abandonado la feria con los dientes largos hasta el suelo y por casa Baleztena he tomado el paseo de Sarasate que estaba casi vacío, menuda diferencia con su vecina plaza. No sé en que acabará su remodelación pero que le pongan buena dosis de Revitalina, hay que revitalizar esa joya y volverla a lo que fue.

Por la calle Taconera y el paseo de Arazuri he llegado al Hotel de los Tres Reyes, buque insignia de la hostelería pamplonesa. En sus salones cada año la sala Lorenart se da cita con los aficionados al lienzo, al óleo y al buen pincel y nos trae una muestra en la que reúne primerísimas firmas que aquí pocas veces hay ocasión de ver. Entre otros encontraremos a Sorolla, Pradilla, Gris, Regoyos, Menchu Gal, Dalí, Miró, Antonio López, Arrúe, Zuloaga, Palencia y muchos más de idéntico nivel. Sus fines son comerciales y todo está en venta, podéis Imaginar que los precios van en consonancia con la calidad del producto, pero son unos profesionales muy atentos que están deseando que el público vaya, aunque quien los visite no haya comprado en su vida ni una lámina de calendario, pero que vayan, que lo vean, que pregunten, que admiren y que disfruten. Yo voy cada año con gusto y agradezco su presencia.

Visto lo que quería ver, he salido por la puerta que da a San Lorenzo para dirigirme a los jardines de la Taconera. Al llegar al Bosquecillo he visto que han colocado allí dos villavesas, una de última generación, eléctrica, cómoda, de diseño, silenciosa, y, otra a la que llaman antigua, pero no era para tanto, las verdaderamente antiguas eran aquellas en las que se entraba por atrás en donde estaba el cobrador y el billete lo tenías que guardar porque también había revisor y te lo podía pedir. El viaje valía 1,50 pts. Un céntimo de euro.

Una vez vistas y comparadas las “burras”, he entrado en el Rey de la jardinería pamplonesa. Para ello he atravesado el portal de San Nicolás, al hacerlo he imaginado la cantidad de historia que ha pasado por debajo de su arco cuando estaba instalado para abrir y cerrar la ciudad en su salida hacia el sur. La Taconera estaba de dulce, el otoño aún no ha teñido de ocres los árboles, pero el verde que aun guardaban era un verde en horas bajas, ya casi caduco, en un tono dulce y marchito. El espacio se me acaba y mi paseo no ha hecho sino empezar, habrá que dejarlo para la semana que viene.

Así que…continuará.

Besos pa tos.

Facebook: Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com