El presidente del Parlamento Europeo David Sassoli proclamó hace tres años que “se acabó morir en el mediterráneo”. Se refería a poner fin al drama humano de la inmigración y a la necesidad de acordar corredores humanitarios seguros que salven esos miles de vidas humanas que se pierden cada año en el mar o en los desiertos. Los hechos indican el camino contrario. El debate se centra ahora en cómo deshacerse de las personas migrantes que llegan y sobrepasan los muros y vallas de nuestras fronteras. O en todo caso, aceptar una inmigración a la carta y seleccionada. Meloni ha iniciado la deportación de migrantes a Albania, a unos centros de acogida que en realidad son cárceles, De allí solo saldrán para regresar a Italia con papeles o, los más probable en la gran mayoría de los casos, para volver a ser deportados a sus países de origen. La medida está encima de la mesa de la UE. La presidenta Von der Leyen la ha tildado de interesante e innovadora y ya hay 10 países interesados en ese modelo. Y eso que innovadora no es. Ya en 2015 creo que fue, la UE llegó a un acuerdo con Turquía en términos similares para acoger en campos de refugiados en su territorio a personas migrantes deportadas desde Europa. Turquía ha recibido más de 11.500 millones de euros por comprar esa mercancía humana y luego reenviarla a otros países por la puerta de atrás. Ése es el espacio en que se encuentra en las instituciones europeas el debate sobre la inmigración tras el auge de la extrema derecha en las urnas. Unos discursos contrarios a los principios políticos que eran los cimientos del modelo europeo, pero que van ganando adeptos también entre la derecha y la izquierda. Hay ya más de 114 millones de personas refugiadas en el mundo, la mayoría abandonadas en campos improvisados, sin saneamiento, alimentos o atención sanitaria. Las guerras son la principal causa del crecimiento incesante del número de refugiados. Hay más de 50 conflictos bélicos activos y más de 90 países implicados de una forma u otra. Pero tampoco se puede olvidar la persecución política, religiosa, sexual o étnica. O la pobreza y las catástrofes naturales como causas de ese inmenso movimiento de seres humanos por todo el planeta. Casi nadie abandona tierra, entorno familiar y arraigo social voluntariamente. La vieja Europa corrupta, avariciosa, servil y burocrática esconde bajo grandes ideas como democracia, derechos humanos o civilización una miserable falta de humanismo. También me he vuelto pesimista en esta cuestión. La justicia italiana ha puesto freno de momento a Meloni y ha ordenado devolver a los inmigrantes deportados a Albania –da pistas que es más democrática y garantista que la ordena y manda por aquí–, pero la realidad es que se está imponiendo su discurso de odio y señalamiento en la UE y no hay ideas y propuestas alternativas a la extrema derecha, una mercancía fácil de comprar, por parte de quienes aún defienden la idea original de valores, derechos y deberes de la UE. Solo proclamas buenistas viejas y posiciones maximalistas unas veces y contradictorias otras, según el grupo político o el movimiento social que las exponga. Nada que resulte atractivo a la sociedad o que ofrezca soluciones eficaces a una problemática real y presente en las calles europeas. Mal camino.