Hay marejada en el atletismo porque una keniata que corre sin entrenador –y con un manager que cuenta en su historial con varios atletas a su cargo que han dado positivo– batió el récord mundial de maratón el fin de semana en Chicago dejándolo en 2.09:57, una rebaja de dos minutos respecto a la plusmarca anterior y de 4 con respecto a la mejor marca que ella tenía, algo que ha disparado las alarmas de que el dopaje esté detrás. Por vez primera en la historia una mujer baja de las 2 horas y 10 minutos. Un experto médico deportivo español explicaba en una entrevista que cada vez es menor un ángulo que forman muslo y fémur y que eso favorece correr más, pero que eso por sí solo no explica las marcas que están logrando las féminas, que en pocos años han rebajado casi seis minutos la marca de Radcliffe. Los materiales de las zapatillas, la exclusividad, la nutrición. Hay varios factores, pero dice el experto, eso sí: nunca sabremos si se ha dopado o no. Este es un cuento de nunca acabar en el mundo del atletismo, que convive con marcas de los 80 y 90 altamente sospechosas, pero que también en la actualidad asiste a registros alucinantes o a mejoras de atletas que dejan muchas dudas. Por supuesto, junto con el ciclismo, es el deporte con casos más sonados, no se sabe si por que otros con mucho más dinero en juego son más limpios o porque son vigilados de una manera más laxa. De hecho, también con el salto de calidad dado esta temporada por Pogacar han surgido las voces que dudan de la limpieza del esloveno, un run-run, no obstante, que también es antiquísimo en el deporte de las dos ruedas a nada que revises el historial. Los aficionados a ambos deportes parecemos condenados a seguirlos –con suerte– con emoción infantil pero a la vez con la resignación de quien no sabe qué hay detrás de cada récord o de cada exhibición, de no saber si estás ante un genio o un truhan.
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