Dice María Chivite que “difícilmente se puede entablar diálogo con Ibarrola si no hay ni la mínima cortesía”. Según la socialista, la relación personal con la muy reciente nueva presidenta de UPN es “ninguna. Coincidimos en los sitios y ni siquiera hay un saludo”.

Bueno, es de suponer que en las filas de UPN, y más en el sistema nervioso de quien fuera efímera alcaldesa de Pamplona descabalgada por la moción de censura de diciembre de 2023, todavía dura aquella jugada política por la que juraron y perjuraron que nunca iban a perdonar al PSN, al que consideraban al menos una formación política de la que fiarse de su palabra. Es obvio que ya no se fían de su palabra, en la medida que también es obvio que el PSN hizo lo contrario de lo que dijo que iba a hacer, así que en cierta manera es lógico que políticamente UPN no quiera saber nada del actual PSN.

Lo cual, por cierto, significa bien poco, en tanto en cuanto en política los cambios se dan de la noche a la mañana y los intereses aparecen y desaparecen y forman ententes donde antes solo había desprecio y por el contrario se rompen coaliciones que parecían rocosas. Lo que sí es curioso es que a nivel personal, a nivel de hola y adiós, las relaciones sigan siendo de ese cariz, algo que denota ya una mayor afección moral en las filas de UPN de lo que quizá sería esperable.

A ver, la moción pudo, normal, doler y mucho, pero es una herramienta política legal, recoge el sentimiento mayoritario de Pamplona en cuanto a los votantes y ceñirlo todo y solo a un giro del PSN es equivocar el diagnóstico. Pamplona ya no es la Pamplona de hace 20 años y aunque UPN y PPN siguen teniendo un público fiel, cada cita es menor o cuando menos los rivales crecen más cuando van unidos. Ante eso, perder energía en mantener una actitud infantil no conduce a ninguna parte. Aunque quizá es la única postura posible que ven ahora. Duro panorama.