Hola personas, ¿qué tal va la vida?, ¿sobreviviendo?, bien, de eso se trata. Esta semana mis pasos han transcurrido fuerapuertas de nuestra querida Pamplona, no solo eso sino que he rebasado también los terrenos de la cuenca, y he ido más allá de la Sierra del Perdón, y he cruzado el Arga a la altura de Puente la Reina, no por el puente románico, sino por el más moderno que diseñó el gran ingeniero Javier Manterola y por el que transcurre la veloz autovía del Camino, he pasado Mañeru, Cirauqui, he dejado a mi derecha las tierras del valle de Yerri y tras pasar Villatuerta, he llegado a mi destino, ya habréis adivinado que hablo de Estella. Correcto. Pues sí en la ciudad del Ega me planté el domingo pasado acompañado de la Pastorcilla y dos buenos amigos, Patxi e Isabel. Y… ¿Cuál fue el motivo?, os preguntaréis, pues en esta ocasión lo hubo, pero no es necesaria una razón para visitar Estella y recorrer sus viejas rúas y cruzar el Ega por sus puentes, o pasear a su vera por el paseo de los Llanos, o perderte por las naves de sus iglesias, admirando todo el arte que albergan, o ver sus palacios y rematar la mañana con un rico aperitivo sentado al sol en una de las terrazas que en la plaza de los fueros o en cualquier otro rincón se ofrece al visitante. Bien, pero aparte de lo dicho, en esta ocasión si que hubo una razón que nos llevó a la vieja Lizarra, cuestión de arte y de Arte con mayúsculas ya que, en el Palacio de los Reyes, quizá el edificio más importante del románico civil de Navarra, hoy Museo Gustavo de Maeztu, se exponía una selección de la obra de uno de los mejores pintores navarros del siglo XX, para muchos el mejor, estoy hablando ni más ni menos que de Javier Ciga Etxandi. Este pamplonés vio la luz a las doce y media del mediodía del día 25 de noviembre de 1877, en su casa familiar de la calle Navarrería 31- 3º. Era hijo de Miguel, natural de Lanz y carpintero de profesión, de esos carpinteros que te hacen el último encargo: era funerario, y de Marciala, natural de Berrueta. Su abuelo paterno fue Pedro Martín, cantero y, así mismo, de Lanz y Josefa Berasain, de Alcoz. Los maternos fueron Juan Bautista, pastor de Berrueta y Juana María Salaburu natural de Elizondo. Doy estos datos, tomados de la obra de Carmen Alegría “El pintor J. Ciga”, para dejar patente que era un personaje navarro por los cuatro costados y que tal condición se deja ver a lo largo de su obra, ya que pintó a Navarra y, sobre todo a sus gentes, como nadie. Hijo único, quedó huérfano siendo muy joven y se tuvo que hacer cargo del negocio que su padre regentaba en la calle Zapatería. Durante un tiempo simultanea su trabajo con el aprendizaje en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, hasta que en 1909, en el concurso convocado por el Ayuntamiento para anunciar las fiestas de San Fermín, un cartel suyo queda finalista, pero empatado con otro de Ricardo Tejedor, el Exmo. Ayto. decidió que ese año fuese este último el editado y al año siguiente lo anunciase Ciga, lo cual le dio un salto a la fama local, repitiendo esta función de anunciar las fiestas en bastantes ocasiones. Todo ello le llevó a dar el salto y decidir estudiar fuera de Pamplona. Ayudado por unos familiares de posibles se instaló en Madrid donde se rodeó de los primeros pinceles de la época. Más tarde dio otro arreón y se fue a París donde pasó los años 12, 13 y 14, volviendo ya siendo un pintor maduro y consolidado.

La exposición que disfrutamos, porque ciertamente fue un disfrute, tenía, entre otras, obras de estas dos épocas de aprendizaje. Nada más entrar nos recibió él en un autorretrato de esos de espejo que realizó en su época parisina, en el que se ve el reverso del lienzo tras el cual se asoma el autorretratado para tomar nota y llevarse al cuadro. Vemos un Ciga joven, tocado con txapela, protegido por un guardapolvo de trabajo y en un entorno de arte, con lienzos ante él y tras él, y una máquina de fotos de aquellas placas de 13x18. A continuación una obra de su paso por Madrid, obra que yo conocí en una casa de la avenida de Carlos III de donde salió a la venta hace muy pocos años, en la que vemos una pareja de segovianos, evidentemente analfabetos, a los cuales les está leyendo una carta el cura del pueblo. Un retrato maravilloso de un violinista, unos borrachos en una taberna con el divertido título de “Mozkorrak” y otro gran retrato de un viejo pastor lleno de vida, preceden a uno de los que más me gustó, se trata de la obra titulada “La calceta”, en la cual vemos a una niña que lee el periódico a una anciana que, manifiestamente impedida de la vista y probablemente analfabeta, escucha con una atención que te hace fijar la vista en la oreja por donde le está entrando todo lo que la niña le va leyendo. Le siguen unos cuadritos de su época parisina que son como para adoptarlos y llevarlos a casa, ¡qué delicia en tan pocos centímetros! El resto son ancianos, neskas con sus frutas, retratos de familia, entre ellos uno espectacular de su hija Natitxu siendo un bebé, paisajes y caseríos los que completan la muestra que, sin ser muy extensa, ni tener sus grandísimas y famosas obras como El Mercado de Elizondo o Un Viático en el Baztán, nos muestra a un pintor de gran mano en el dibujo, con una paleta de un cromatismo sin límites y una capacidad de captar y transmitir el alma del retratado fuera de lo normal.

Tras Ciga, y ya que estábamos en su casa, subimos a ver la obra de Gustavo de Maeztu, pero esa visita la dejamos para otro día que hoy no me queda mucho espacio y se merece un paseante entero.

Salimos del museo y nos adentramos en la calle Rúa donde los cantos de sirena que salían de la puerta abierta de un anticuario me llamaban de forma insistente. Caí en la tentación. Estella es una ciudad que tiene gran tradición en el mundo de las antigüedades y son varios los establecimientos que ofrecen maravillas para los frikis que somos aficionados a este mundo de lo viejo. Los Peral, Victor y Eduardo, El Brocal, Paco Lisarri, Antigüedades Lizarra o Segunda Mano Zaharra estarán encantados de recibiros y enseñaros sus tesoros. Yo volví de Estella con alguna pieza debajo del brazo, no me pude resistir.

Tras un periflú en una terraza de la Plaza de los Fueros nos fuimos a ver las iglesias de San Juan que tiene un bonito retablo y la de San Miguel que lo tiene todo bonito, su exterior y su interior no tienen desperdicio. En Estella tienen la buena costumbre de tener las iglesias abiertas y con un mecanismo de moneda para que por un modesto euro ¡Fiat Lux! y la luz se hace. Lo malo es que paga uno y disfrutan 10, yo les decía: no miréis que el euro es mío, pero de nada me servía, les tuve que invitar. Con gusto.

Y de ahí para casa. Ya eran las 6 de la tarde.

Besos pa tos

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