No hay cosa más peligrosa –aunque entendible en días como estos, en los que la sociedad además brilla tanto– que decir que todos los políticos son iguales, amén de ser una consigna que gusta mucho en las derechas y en las filas neoliberales. Quizá las personas seamos más iguales entre nosotras de lo que por orgullo idiota nos gustaría creer y en esa medida las personas que están dentro de los políticos pueden ser igual de bocas, inútiles, practicar política de bajo nivel, hablar más de la cuenta o menos o incluso resultar repulsivos.
Pero los políticos, además de personas, poseen una ideología, se supone. Y esa ideología, que alcanza a gran parte de nuestras vidas, es la que encamina hacia unos lugares u otros las miles de decisiones a tomar y es la que, por tanto, pinta la sociedad de una manera o de otra. Que luego un político de derechas pueda ser tan irresponsable como uno de izquierdas o que en momentos como estos den ganas de meterlos a todos en una habitación y que nos dejen en paz, de acuerdo. Pero no legislan lo mismo.
En el caso de Valencia, hasta las horas trágicas había unos gestores responsables y esos gestores responsables eran del partido que eran. Decir ahora que todos son iguales es no querer ir al fondo de las malas decisiones tomadas o no tomadas y dejar todo como está y el latiguillo de todos son iguales como única respuesta. Y eso no es así, hay que analizarlo todo y pedir responsabilidades para que no vuelva a ocurrir. Y que quede claro que no digo que con otros colores en la Generalitat las decisiones hubiesen sido otras y acertadas, porque nunca se sabrá. Digo que en este caso había esos gestores y ya está, lo demás es manosear la realidad para deformarla. Las personas necesitamos a otras personas para que gestionen la sociedad y tenemos la opción de cambiarlas. Otros sistemas, probados suficientemente, han dado resultados infinitamente peores.