Juraría que estamos –puedo equivocarme y si lo hago y me demuestran que así es espero tener la humildad de reconocerlo– en el momento histórico de mayor distancia entre mujeres y hombres. Las mujeres, muchas mujeres, han recorrido y están recorriendo un largo camino tan costoso como lleno de descubrimientos y no quieren dar la vuelta. No es la única derivada, pero, por ejemplo, basta mirar las estadísticas para sospechar que encontrar pareja cuesta más que hace unas décadas.

Una noticia publicada hace poco tenía como protagonistas a dos grupos de jóvenes con especiales dificultades para encontrar pareja hetero: las chicas con formación alta e ideas feministas y los chicos conservadores con menos formación.

La gente se empareja menos, permanece menos tiempo emparejada e incluso hay hombres airados que hacen de su celibato involuntario motivo de odio a las mujeres. Pregunto a C, una treintañera cercana, qué piensa de todo esto y me responde que en una pareja ha de primar el cuidado, el respeto para los proyectos personales que tanto esfuerzo e ilusión han supuesto y la camaradería para desdibujar los roles tradicionales. Dice también que conoce pocos chicos en esta onda.

Hay quien sigue romantizando la dependencia (de las mujeres respecto a los hombres, no nos equivoquemos), ahí está Roro y su “hoy Pablo me ha pedido que…”, remitiendo a tiempos de sus bisabuelas y quienes la fomentan y buscan el sometimiento de las mujeres para verse más altos, más guapos y más irresistibles. Decía Virginia Wolf que las mujeres han servido durante siglos como espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre duplicando su tamaño natural. Pero un espejo es un objeto, su único destino es manifestar a otros y con frecuencia se rompe. No compensa. Otro factor que aumenta la distancia.