Dicen que tras la tempestad siempre llega la calma. No creo que esta vez sea así. Es difícil, casi imposible calmarse cuando el horizonte sigue gris, cuando el barro, el real y el político, ese fango tantas veces manoseado, ha calado tan hondo que inmoviliza. Lo que estamos viviendo estos días tras la DANA es totalmente desolador. Incomprensible. Inabarcable la magnitud de la catástrofe, del dolor, de la desesperación, de la tristeza que da paso a una rabia infinita, ante la pregunta inevitable no ya de si se pudo evitar o al menos mitigar las consecuencias, sino por qué una vez ocurrido el desastre todo se ha gestionado tan mal.

Sin cifras oficiales de muertos ni desaparecidos hasta hace dos días, como si no fueran personas, familiares, amigos, vecinos de otras personas que han estado con impotencia buscando durante días, sin agua, sin luz, sin teléfono, rodeados de miseria, de lodo, de escombros y quizás de personas fallecidas todavía no rescatadas. Con informaciones falsas que circulan y crecen y arrasan y dañan la verdad. Con cruces de acusaciones entre la Comunidad de Valencia y el Estado mientras se dejaban pasar unas hora cruciales, porque la ayuda tardó demasiado en llegar y no ha sido suficiente para la magnitud de la catástrofe.

No falta solidaridad ni voluntarios, también desde Navarra, sin duda la cara más positiva de todo este drama, pero la buena voluntad no basta si no hay profesionales expertos en emergencias conocedores del terreno que dirijan con acierto entre tanta desolación. Quizás algún día se pueda llegar a entender, aunque sea cuestionable, si lo que ocurrió hace ya días fue tan excepcional que no se vio llegar, pero lo que es difícil de aceptar y tardará tiempo en dejar de doler, como duelen las heridas, con rabia, es cómo se ha gestionado la tragedia una vez ocurrida. Tarde y mal.

Duele ver como todavía el barro sigue cubriendo días después pueblos enteros y como ese otro barro político está arrasando algo esencial en democracia: la confianza en el sistema y en la clase política. Es evidente que la Generalitat, sin duda la institución que debía liderar la situación por competencias, falló a la hora de alertar a la población y empeñarse en lanzar culpas ajenas para capitanear un mando que no ha sabido llevar, mientras el Gobierno central se ponía a un lado, sin mirar la opción de declarar el estado de emergencia nacional, cuando había tanta vida en riesgo, como sí hizo en 2020 con el estado de alarma en la pandemia. Complicada balanza en la que han salido perdiendo quienes lo han perdido todo. Tiempo habrá de sacar lecciones, otra cosa será si seremos capaces de aprender alguna.