Me ando con pies de plomo para escribir esta columna. Le doy mil vueltas. Hablo con unos y otras. Por si la cago participando de la cultura de cancelación. Que no me gusta.

Al grano. Baluarte, edificio del Gobierno de Navarra, ha programado para el 15 de diciembre la actuación de El Cigala. No lo podía creer cuando vi expuesto el cartel anunciador. Porque recordé que el 7 de noviembre se inició en el Juzgado de Jerez un juicio contra él, acusado de presuntos delitos de maltrato y vejaciones contra su expareja. Y que la Fiscalía solicita cinco años de prisión.

Y cuesta creer, que en esta Comunidad que ha abanderado los movimientos que han dado lugar a la legislación más progresista contra la violencia contra las mujeres, nadie se plantee que la exhibición de El Cigala en Baluarte es una afrenta social y personal contra todas las víctimas de violencia machista. Pero sobre todo es una afrenta contra Kina Méndez, esa cantaora gitana que ha denunciado a El Cigala tras años de soportar una brutal convivencia con él. Dice Kina que por muchas pruebas que aporte, no le creen. Porque es gitana, dice. Que si fuera paya la hubieran creído. Quizá nos pasa eso. No sé.

Lo que sé es que hay un juicio, una acusación, un imputado –ya denunciado otras veces– y un fiscal que solicita su condena. Y me pregunto si, en esta Comunidad que recientemente ha lanzado la campaña institucional Que no te lo cuenten al revés centrada en combatir los discursos negacionistas que banalizan la violencia machista, nadie entra en contradicción, se plantea algo o actúa en consecuencia. Oí hace años a El Cigala en Baluarte interpretar, junto a Bebo Valdés, Lágrimas Negras y lloré de emoción. Hoy también me emocionaría. Pero ese duende gitano no le exime de su comportamiento delictivo. Y menos en un espacio público que no puede dar cobertura a un maltratador ni blanquear sus actos. Porque hacerlo hará derramar lágrimas negras a su víctima.