Mi tío que tiene una memoria prodigiosa con sus 88 años reconoce que si de algo se ha arrepentido en la vida es de no poder aprender bien “el vasco”. Lo habla, cierto, pero no lo domina. Su aitatxi José Urrutia le reprochaba en Mezkiritz que cada vez que se dirigía en euskera el txikito -que era el mayor de los hermanos y aquello era un grado- le respondía en castellano mientras que, cuando su abuelo le pedía algo en cristiano, Josetxo Lazkoz le rebatía en vasco.
Su aita Marcelino vino a la casa materna desde Eguiarreta que, casualidad, debía de ser el único pueblo de la Barranca donde no hablaban en euskera. A la ama en cambio -su hermana pequeña- no le enseñaron la que hubiera sido su lengua materna porque tenía que marchar a Pamplona a ayudar a sus tías en la antigua Fonda Urrutia, y allí tenía que hablar solo en castellano. De aquel pequeño pueblo fue oriunda la escritora Perpetua Saragueta (1905-1931 ), un mujer pionera ya que pocas en aquella época escribían y publicaban en euskera. Escribió sus crónicas antes de la guerra (semblanzas sobre mujeres que conoció a lo largo de su vida y diversos versos).
Hace años que empecé a estudiar euskera en AEK, después me apunté a la Escuela de Idiomas, pero no seguí ninguno de los dos caminos. Para mí es una espina clavada. Y, te entiendo Josetxo, yo también tengo una asignatura pendiente. Y una deuda con Perpetua, la que fue cronista de la época.