La conmemoración internacional del Día del Migrante puso ayer una vez más de manifiesto la diferente aproximación al fenómeno en el ámbito de los diagnósticos y en el de las acciones. En el primer caso, la migración se reconoce como un fenómeno consustancial al ser humano, su voluntad de movilidad y su derecho a aspirar a mejorar sus condiciones de vida. Es un enfoque que se valora y verbaliza desde las estructuras institucionales de gestión de los movimientos migratorios pero que choca con el pulso político, en el que ha calado una ideología defensiva frente a las personas migrantes, cuando no agresiva, estigmatizadora o directamente xenófoba. Curiosamente, las sociedades modernas que en el pasado fueron puntos de partida de población emigrante hacia otros territorios y afrontaron por esta vía sus propias crisis de sostenibilidad social, económica o de pura supervivencia –y en eso Europa tiene un papel central y una memoria frágil– son pasto hoy del discurso menos integrador. El círculo vicioso que identifica inmigración con pobreza, ilegalidad y, finalmente, delincuencia se retroalimenta sin fin. La aproximación al fenómeno migratorio debe ser integral y despojada de prejuicios. Comenzar por reconocer las circunstancias que mueven a abandonar el entorno propio y admitir que los derechos fundamentales lo son de la persona, no de los países. En el caso de las sociedades más desarrolladas, las personas migrantes son una de las soluciones a su problema demográfico, que es decir de desarrollo y bienestar. Establecer las condiciones de integración, respeto a las reglas de convivencia y acceso a la actividad social y económica en la sociedad de acogida es enriquecedor para todas las partes. La irregularidad es fruto de la dificultad y la carencia de medios, no de la voluntad del migrante ni de una tendencia a delinquir con la que se le estigmatiza. Un flujo regular de personas solo es posible con mecanismos capaces de orientarlos y gestionarlos. Las estrategias del nuevo pacto migratorio en la Unión Europea inciden demasiado en la deportación y poco en las vías de integración. La espiral de persecución, tránsito ilegal y expulsión no ha reducido antes ni frenará ahora ese flujo mientras las condiciones que provocan la huida de sus entornos de origen no cambien. Y puede incrementar la conflictividad.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
