Contaba I que cuando se separó y empezó a pasar los fines de semana sin grandes planes se le instaló con fuerza la idea de que el resto de personas con las que se cruzaba en la calle, en las tiendas o en los pasillos disfrutaban de vidas más intensas, entretenidas, relacionadas o chispeantes que la suya, casi dignas de inspirar el argumento de un anuncio. Cuando lo escuché, me vi reflejada, no me ha sido ajena la molestia de ese sentimiento capaz de despertar una sensación de inconsistencia casi fundacional. ¿Lo conocen ustedes? Como no somos tan diferentes, imagino que un porcentaje nada desdeñable de respuestas serán afirmativas.

Se lo pregunto en estas fechas que empiezan cada vez antes porque son particularmente insidiosas en este sentido. Cuántas veces una piensa que los demás lo hacen mucho mejor. Lo comento con A y A pone sobre la mesa una palabra de moda, FOMO, siglas en inglés de Fear Of Missing Out, que significa miedo a perderse algo. No tanto por no estar en ello, no es una mera cuestión de presencia, sino por cómo nos califica esa ausencia, por el adjetivo que nos adjudica. Como en otras cuestiones, culpar a las redes es echar balones fuera, las redes lo intensifican, pero el fenómeno está ahí desde que el mundo es mundo.

Si somos presa del FOMO, sentimos como si no hiciéramos lo adecuado y por eso no estamos donde deberíamos estar, que es exactamente donde se fabrican las experiencias de plenitud y realización, y, en conjunto, todo revelara una especie de carencia personal.

Estos días nos deseamos un tiempo feliz y tradicionalmente este era un espacio para la tregua y ójala fuera así. En lo cercano, respecto a ustedes, ójala que no se pierdan, que su sitio les resulte el más querido.