Tiempos de impostura. La mentira como arma política. La verdad se le resiste a Carlos Mazón. Pedro Sánchez hace lo contrario de lo que muchas veces promete. Núñez Feijóo distorsiona los números objetivos. MAR explota su filibusterismo. El ministro Torres se enreda con la certeza. Entre Koldo, De Aldama y Ábalos se escapa la certeza. No hay espacio para el juego limpio. Así es más fácil generar fango, ruido ensordecer y maledicencia. Todo vale para sobrevivir en la permanente exigencia del regate en corto. Pura hipocresía.
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Miente que algo queda. Así lo cree Mazón. Desprende toxicidad. Cuando habla genera desconfianza. Cuando actúa provoca rechazo. Cuando no aparece se rodea de infundios. El president valenciano tiene una deuda con la sinceridad. Le asiste la capacidad de fabular sin reparar en el daño que causa, empezando por el destrozo de su imagen. Dos meses después de la devastadora dana, nadie en el PP ni en la Generalitat levantina se atreven a desnudar la ignominia de este político acosado por su manifiesta irresponsabilidad. Les avergüenza. Pero a él, no. Solo así se explica esa chulesca reacción de los últimos días mediante un inaudito blanqueo progresivo de su nefasta gestión y que encuentra, ante la incredulidad de miles de damnificados, el aliento de su desafiante entorno parlamentario y de pesebres agradecidos con el manejo del dinero público.
El baldón que objetivamente representa Mazón para el PP sigue como elefante en la habitación de Feijóo. En cambio, el líder gallego, consciente en silencio de semejante escarnio, se lo sacude atribuyendo la bicha al Gobierno Sánchez. Cuando lleguen las urnas a estas localidades devastadas, que siguen clamando sin demasiado éxito por unas ayudas que llegan míseras y a cuentagotas, el castigo resultará demoledor. En la articulación de sus estrategias, Sánchez y Feijóo adaptan la verdad a sus intereses. Su respectivo manejo de la objetividad provoca hilaridad. El presidente acredita solvencia en desdecirse sin sonrojo. Su oponente demuestra pericia en contradecir la realidad. Quizá ahí radica la razón de que nunca llegarán a entenderse ni siquiera a proponérselo. Nada resulta más ilustrativo que escrutar sus particulares balances del año para entender sin dificultad alguna que manejan ópticas tan antagónicas que así jamás podrán converger siquiera en un mínimo denominador común.
El grado de animosidad en el debate partidista alcanza tal nivel de reverberación que se lleva por delante la cordura y la sensatez. Los principales responsables de este guirigay asistente entusiastas. Ni se sienten concernidos cuando el rey denuncia estos comportamientos tan poco edificantes. No quieren que nadie les estropee su plan. Desde una trinchera porque la polarización les seguirá rentando como defensa de los ataques judiciales, políticos y mediáticos que sigue recibiendo cada vez con mayor asiduidad y contundencia. Desde el otro frente porque han encontrado la panacea a su inacción propositiva mediante el estallido de sucesivas denuncias de corrupción y la colaboración inestimable de algunos procedimientos judiciales. La proliferación de descarnados WhatsApp sobre la connivencia entre el ministro Torres con la trama de Fomento en sus días como presidente canario augura vendavales. La novela por entregas continuará su difusión con la anuencia entusiasta de demasiados interesados en que sigue accionándose el ventilador.
SIEMPRE QUEDARÁ MADRID
En esta confrontación descarnada entre socialistas y populares, a la que aguarda larga vida por interés mutuo, siempre emerge con fuerza Madrid como objeto de deseo. Posiblemente hasta se le pueda atribuir el origen envenenado de buena parte de esta convulsión tan mordaz. Nada menos ejemplar que el histriónico caso de las deudas con Hacienda de la pareja de Díaz Ayuso para ejemplificar la deriva demencial de la vida política y judicial que atrapa con sus incesantes capítulos.
Esas imágenes de un supuesto defraudador retando a varios miembros del Gobierno central, al fiscal general del Estado, a otros representantes de la Justicia o a periodistas varios mientras su causa original sigue pendiente parecen propias de países bananeros. Nunca como en este carajal encuentra mejor acomodo el refrán popular de “miente que algo queda”, aunque en este caso cuente con la inestimable colaboración de flagrantes errores, con y sin toga, que deben ser atribuidos a un incontenible afán de revancha.