Hola personas, ya veis, a lo tonto, a lo tonto, los 365 días que traía consigo el 2024 ya son historia, ya los hemos gastado. ¿Qué tal han ido las navidades? Ánimo, que aún queda la otra mitad.

En estos días mi cuerpo serrano ha vuelto a darme caña, mis males me echaban de menos, han querido pasar la navidad conmigo y aquí los tengo, tocándome lo de tocar. Por tanto, hoy pasearemos desde mi escritorio.

Esta semana he acabado de leer un libro que me cambió su autor por el III del Paseante. Es una novela medieval que es Pamplona, puro Pamplona. Vamos a verlo.

Es obra de Jose Miguel Albizu y su título es El latido de los tres burgos, Ediciones Eunate. Pamplona 2023. Se trata de una novela de intriga en época medieval, ambientada en lugares bien conocidos por todos nosotros. Sus descripciones te llevan por escenarios que sin ningún esfuerzo se representan en tu imaginación. Las gentes y los sitios que Albizu narra en su novela me van a servir para poder partir de una Pamplona medieval y llegar a la actual. Él nos muestra una ciudad desunida, dividida en tres poblaciones continuamente enfrentadas, gobernadas por un gobernador, más malo que la quina, ficticio pero que, tranquilamente, puede parecerse a la realidad y todo ello bajo el cetro y la corona de Carlos II El Malo, sobrenombre que no sé si se lo merecía, hay historiadores que discrepan. Bien, esa es la Pamplona que leemos en la novela, en ese escenario suceden diferentes avatares a sus protagonistas que no vienen al caso, pero ellos van y vienen de San Cernin a San Nicolás, entran y salen del burgo por la belena, hoy calles Eslava y San Miguel, viven en calles de nombres antiguos como la rúa de Zapatería y Ferrerías, hoy San Antón, o en la rúa de Tecenderías, hoy San Nicolás, o en la rúa Mayor de los cambios, hoy calle Mayor, los presos van a la Torre de la Galea o a la de María Delgada, en el burgo y la Población respectivamente. Se corre un toro que sale del corral ubicado al comienzo del barranco, hoy calle Santo Domingo y, entre pastores y mozos lo llevan hasta el Chapitel, para llegar al descampado que había junto al castillo y el convento de Predicadores, hoy Plaza del Castillo, donde el animal será lidiado y alanceado. La Pamplona que en la obra se nos presenta, evidentemente, ha cambiado mucho, pero los tres núcleos iniciales siguen igual, las distribuciones urbanísticas son las mismas con pequeñas excepciones, como sucede en la zona de Descalzos y Virgen de la O, en donde, al llegar los Carmelitas, para levantar su convento, hicieron desaparecer las tres calles que allí había, Zacuninda, Arias Orranza y Sobranza. Otro pequeño cambio vemos en la zona de lo que fue la judería al final de las calles Merced y Dormitalería, el resto sigue igual. Pero solo eso sigue igual, la ciudad 39 años después del 1384 en que nos sitúa la novela, experimentó el mayor cambio de su historia: fue unificada por Carlos III el Noble. Entonces sí que comenzaron los cambios importantes. Para empezar, no se sabe bien por qué, parece ser que por un seísmo, la noche del 1 de julio 1390, la catedral románica se derrumbó en casi su totalidad y hubo que levantar la actual gótica, conservando la fachada de la anterior, el claustro, gótico francés, ya había sido construido, unos años antes, por orden del Obispo Arnaldo de Barbazán. Las murallas de los burgos desaparecieron para construir una muralla común que abarcase a toda la ciudad. Las tierras de nadie fueron ocupadas por la casa de todos, la cual se llamó Jurería porque allí se juraban las leyes, se construyó en el barranco la calle Santo Domingo, única calle de la que hay documentos que nos dan cuenta de su construcción, desapareció el foso que separaba San Nicolás de San Cernin y nació la calle Nueva de Almazán, en honor del virrey que la mandó construir. De ahí hasta hoy los cambios han sido infinitos, han desaparecido un gran número de conventos, de más o menos valor artístico, como el de los Franciscanos de la Taconera, el de San Antón en la actual Navas de Tolosa, el de la Merced en la plaza del Arzobispado, el de las clarisas en Santa Engracia, el de los trinitarios al otro lado del río, el del Carmen en la rúa de los Peregrinos, el de predicadores, y después de monjas carmelitas, en los terrenos donde hoy se levanta la Diputación, la ermita de San Jorge en su barrio homónimo, la de San Roque, cerca del patíbulo del final de Taconera donde daban pasaporte a los condenados a la última pena. Y algún otro que se me escapa.

La que también experimentó cambios a lo largo de estos siglos fue la Catedral, pero, sin embargo, siempre se respetaron todas sus dependencias y ha llegado a nuestros días siendo uno de los mayores conjuntos catedralicios del país. Conserva cocina, refectorio, dormitorios, sala capitular e incluso la huerta, y todo ello se debe a que nuestra catedral, al contrario que las demás, estuvo siempre gobernada por un cabildo regular, es decir eran sacerdotes que seguían la regla de San Agustín y vivían en el recinto de forma monacal. Así fue hasta 1851, año en que se firmó el concordato Iglesia estado, el cual ordenaba que fuese el clero secular quien se encargase de formar el cabildo catedralicio. Pero para entonces ya el criterio de conservación del arte estaba medianamente arraigado y nadie osó derribar las estancias que habían perdido su función. Otro gran cambio que experimentó fue el de su fachada románica por la neoclásica que hoy podemos ver, obra que diseñó Ventura Rodríguez y que levantó Santos de Ochandategui y que, a pesar de su mala fama, es una gran obra dentro de su estilo, pero la pobre siempre es comparada con la joya a la que da entrada y siempre sale perdiendo. Pamplona también vio modificaciones en sus construcciones defensivas, y nuestros antepasados, recién conquistados por Castilla, vieron como Felipe II encargaba a Giacomo Pelearo El Fratín el levantamiento de una férrea ciudadela abaluartada y un inexpugnable cinturón amurallado que fue creciendo a lo largo de dos siglos. Baluartes de la Reina, del Redín, de Labrit, de Gonzaga, de Parma, de Santa María, de San Juan, de Santiago, bajo de Guadalupe, etc. etc. Cinturón que nos protegió de los ataques exteriores pero que nos condenó a ser una ciudad constreñida, sin posibilidad de expansión, hasta que en 1915 se dio otro de los grandes cambios con el derribo de la primera piedra del paño sur de la muralla para que Pamplona pudiese crecer por lo que llamamos II ensanche. La Pamplona medieval ya quedaba muy lejos y empezaba la modernidad y el desarrollo que siguió avanzando hasta llegar a la Pamplona que hoy disfrutamos.

Sé que mi recorrido ha sido muy por encima, pero el espacio manda. Seguiré con ello.

Feliz año nuevo. Urte berri on.

Besos pa tos.

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