Los seguidores de Bob Dylan somos gente, lo reconozco, pelín obsesiva y enfermiza, de esos que evangelizamos –aunque hace ya mucho que abandoné los sermones–, comparamos, listamos, recopilamos, etc, etc. Llevo ya los suficientes años en la secta –cerca de 40– como para reconocer que algo tarados estamos. Dicho eso, creo que ni por asomo alcanzamos el nivel de obsesión que muestra el casta sanferminero, que supera, sin dudarlo, al osasunista, al runner o al globero ciclista, subgrupos humanos que también se las traen a la hora de airear sus emociones y datos con sus asuntos. Pero no es comparable a lo sanferminero, que además cuenta con el apoyo de autoridades y medios de comunicación locales. Tú te levantas un 2 de enero, que hace una niebla por quinto día que te sorbe el alma, a 0 grados, y ya tienes tus titulares en prensa de no se qué acto institucional que se hizo el otro día para recordar que es 1 de enero. Y, oh Dios, quién no sabe en el planeta tierra qué es lo que pasa el 1 de enero. Pues eso, ya lo saben: que es el primer peldaño de la escalera. Antes, hace años, el primer peldaño de la escalera para San Fermín era una cosa que se quedaba para los más graves de entre los enfermos por el virus San Fermín y poca cosa más, pero de unos años a esta parte se ha extendido de tal manera y modo que hay cenas por doquier, eventos oficiales, misas con sus cánticos y sus coros y toda clase de recordatorios de que luego vendrá el 2 de febrero, el 3 de marzo y así todo seguido hasta julio, que es cuando el casta sanferminero, que comparte peculiaridades con el pamplonesista extremo –aunque cada cual tiene sus peculiaridades–, encuentra en el planeta su razón de ser. Ya digo, como dylanita y bastante rojillo, poco puedo hablar ya que, cada cual, con sus taras, que suelen ser muy sanas, pero no me negarán que aquí, en pleno invierno, pensar en julio… ¡Ya falta menos!
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