Tras la gracieta insulsa de la estampita en Nochevieja, tigres y leones vuelven a citar como argumento de autoridad a Charlie Hebdo, unos para tachar a otros de cobardes cagarrutas, y otros para acusar a unos de censores meapilas. Ya saben: a ver cuándo tenéis los huevos de meteros con el islam; a ver cuándo respetáis en serio la libertad de expresión. Yo creo que, salvo excepciones, ni unos ni otros han leído el semanario francés.
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A unos, que en su afán por defender su fe parecen añorar las amenazas islamistas, les recordaría la cantidad de viñetas publicadas en él contra el catolicismo. Sin ir más lejos, en agosto el obispo de Baiona puso el grito en el cielo, y casi en los tribunales, tras una caricatura de la Virgen María. A otros, les aclararía que los dardos satíricos de la revista no se dirigen sólo a la religión, sino que incluyen en la diana las políticas identitarias y la izquierda woke. Porque supongo que a estas alturas no será necesario explicar que también existe un credo laico, con sus papas e inquisidores, que nunca aceptaría aquí las irreverencias de Charlie Hebdo. De nuevo sin ir más lejos, habría que ver cómo aplaudiríamos aquella portada con un balón en el clítoris o el titular jacobino dedicado al procés – “los catalanes, más tontos que los corsos”–. Je suis Charlie, sí, pero a ratos.
Para terminar, y por si alguien me llama equidistante, le recomiendo un texto extraordinario sobre el asunto de la blasfemia, y en el fondo de la libertad: El derecho a cagarse en Dios, de Richard Malka. Abogado e hijo de judíos sefardíes, representó a Charlie Hebdo en el juicio por el atentado. Es otro nivel.