La cosa esta de la confrontación permanente, del casi tener que sentirte alineado con una cosa o con otra sí o sí desde el inicio, de andar hurgando en las miserias del supuesto contrario todo el rato y de andar sin parar cizañeando día sí y día también tampoco descansó ni unos días en Navidades, porque nos sirvieron bien servida ya desde días antes de Nochevieja la pugna entre Lalachus y Pedroche, entre la naturalidad de un cuerpo normal y la exhibición de un cuerpo tallado, entre, si me apuran, una España frente a la otra, a la que se iban adhiriendo los unos y los otros y así hasta el infinito.

A mi reconozco que un poco la situación no ya solo es que comience a cansarme sino que es agotadora, en la medida en que de cualquier miserable chorrada se hace un drama o un show mediático que dura unos días, sí, pero que te aplasta si por ocio o por trabajo o ambas tienes que husmear webs y redes. No te digo ya con el tema de la estampita que sacó la tal Lalachus, una tontería como la copa de un pino que fue elevada a la categoría de blasfemia y que incluso los Abogados Cristianos estos que están en todas han llevado a los juzgados.

Vamos, completamente surrealista que de algo así se quiera dirimir una falta de respeto religioso o yo qué sé. De cualquier modo, más allá de posiciones concretas dentro del berenjenal, lo cargante es la sensación de que esta es la dinámica que se ha instalado de unos años a esta parte y que ha venido para quedarse: o estás en un bando o estás en otro y esos bandos se infiltran ideológicamente hasta en la marca de papel de baño que compras. No sé, para mi que está muy bien y es sanísimo que cada cual tengamos nuestras ideas y tal pero es del todo punto agobiante la idea de que tengas que estar analizando cada pequeño puto átomo de cada cosa no vaya a ser que te guste un cómico de derechas. O de izquierdas. Un peñazo.