Las treguas siempre son buenas frente a lo malas que son las guerras. Pero no siempre son duraderas. Por eso cuesta creer cuando se anuncian. Israel y Hamás han acordado un alto el fuego en Gaza, que prevé el inicio de la liberación de rehenes, después de 15 meses de conflicto y miles de muertos un una tierra destrozada. Una tregua, un principio de acuerdo, que abre una ventana a la esperanza hasta que se abra la puerta definitiva a la paz. Ojalá exista esa llave. Pero cuesta creer que será una tregua honesta y que de verdad se acabará con el drama que está padeciendo el pueblo palestino. Todas las partes tienen que cumplir.
Suena demasiado a oportunismo político ante la ya inminente toma de posesión de Donald Trump como presidente de EEUU, sobre todo porque ha sido él quien se ha encargado de difundir el acuerdo entre el Gobierno de Netanyahu y Hamas. Pero sea como sea, es un punto de inflexión importante. Con el alto el fuego se abre un nuevo escenario para la población palestina, que primero tendrá que tratar de reconstruir su vida desde la nada. Es esencial que entren de nuevo las ONGs y llegue la ayuda humanitaria a la zona para atender las necesidades más urgentes y que poco a poco sea posible recuperar la vida en una Gaza destrozada. Y con la vida, llegue la paz.